El primer paso del primer día de la primera vez...
Todo se inicia con un paso que te pone en movimiento. Hasta el último del último día de la primera vez, serán miles. Decenas de miles. Centenares de miles. Pasos que te acercan al punto de destino y que te alejan del punto de salida. El Camino es una inmensa sucesión de pasos. Pasos firmes, cuando todo se inicia. Pasos cansados, cuando la distancia merma las fuerzas y nubla los sentidos. Pasos de huellas arrastradas para el siguiente paso, cuando el dolor nos vuelve frágiles e inseguros. Pasos ligeros al despuntar el día. Pasos cortos sobre la tierra pedregosa que te eleva a lo más alto. Pasos torcidos en el abrupto descenso hacia la tierra.
Mi primer paso fue un paso sin huella visible. No quedan huellas visibles sobre el asfalto de la ciudad. Pero el primer paso deja una huella imborrable en el alma. Mi corazón va más deprisa que mis pies. No es capaz de marcar el paso de mis pasos. Se desboca por la calle del Reloj, buscando la plaza de la Virgen de la Encina. Conozco el camino a seguir. Lo anduve el día anterior, paseando por la ciudad, adelantándome a los primeros pasos del día siguiente. Pero el prólogo del primer paso son pasos sin historia. Porque la historia comienza con el primer paso.
Ahí está la concha y la flecha, la dirección exacta, la bajada por el Rañadero. Me adelantan dos peregrinos. Me quedo pensando si es que yo voy muy despacio o ellos muy deprisa. No han saludado. Volveré a encontrarlos en todas las etapas siguientes. No saludaron nunca. No hay un Camino igual a otro, igual al de otro. Cada Camino es personal, exclusivo, único. Intransferible. Por el puente ya van muy distanciados de mí. Son ellos los que van muy deprisa. Mis pasos son, simplemente, los exactos, los que mi Camino precisa. Ni más rápido ni más lento. Ellos no hacen mi Camino. Hacen el suyo. Por eso van tan rápido.
La larga avenida, la interminable salida de la ciudad. Paso a paso. Conseguí, por fin, que el corazón se acompasara con mis pies. Ahora caminan los tres al unísono. Mi cabeza, no. Mi cabeza anda por otros lugares, por otros entornos. Pero no sé por cuáles. No tengo la mente en blanco. La tengo repleta de pensamientos indefinibles. Caóticos. Tan solo hay un espacio de mi mente dedicado a reconocer la ruta. Las pimenteras. Los donantes de sangre. Avenida de la Libertad. Libertad. Libertad. De repente, siento en mi mente el enorme vacío de los pensamientos evaporados, diluidos en el aire. Libertad. Soy libre. Libre como antes jamás me había sentido.
Me ajusto bien la mochila en la cintura y sobre los hombros. Y acelero el paso hacia Compostilla...
(Fotografía: Anuska C.- http://www.flickr.com/photos/69864075@N03/sets/72157631706895254/)
(Fotografía: Anuska C.- http://www.flickr.com/photos/69864075@N03/sets/72157631706895254/)
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