A mi hermano Antonio, que estuvo y estará conmigo cada vez que llegue a Compostela...
En realidad, los brazos bien abiertos fueron los tuyos, hermano. Se abrieron desde mucho antes que yo llegara, en esa espera paciente en un "kilómetro cero" que tú guardabas como celoso templario protector del peregrino que, a duras penas, medio cojeaba por las cuestas de los hospitales, por las largas e interminables avenidas de Santiago, hasta llegar allí por la Rúa do Franco y entrar en la plaza y verte, como si no hubiera nadie más en aquella inmensidad del Obradoiro.
Fueron los tuyos los brazos que primero se abrieron y me pareció, por un momento, que eras capaz de tocar con los dedos de la mano izquierda la fachada principal de la Catedral y con los de la derecha la del Pazo de Raxoi, de grande que era la inmensidad del espacio que ocupaban aquellos brazos tuyos, mientras venías hacia mí con enormes zancadas.
Los que nos hicieron la foto, simples turistas que pasaban por allí (o quién sabe si, tal vez, deberían estar allí en ese justo momento), nos confesaron la emoción que sintieron al vernos fundidos en ese abrazo que solo tú y yo, querido hermano, podemos entender en toda su plenitud, por más que intentáramos explicarlo.
Ese abrazo inolvidablemente largo...
"Llegar con la emoción a flor de piel, entre risas y lágrimas"...
Se cumplieron, casi proféticamente, cada una de las palabras...
Me siento tan orgullosa de vosotros....tanto, es tremendamente alentador ese sentimiento tan puro y tan profundo de verdadero amor que os tenéis...me alegra tanto veros...infinitamente.
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