La visión de las torres de la Catedral de Burgos, de esas portentosas agujas que se incrustaban en un cielo que se encapotaba más y más a cada segundo, me trasladó, irremediablemente, a Compostela. A esa primera visión de las torres de la Catedral cuando entras en el casco antiguo de Santiago. No era, ni mucho menos, la misma sensación. Pero tenía ese algo de impactante, de sobrecogedor, de mágico. Y de estimulante para elevar el ánimo y olvidar el cansancio.
Porque pocas veces me he sentido tan cansado en el Camino como cuando entré en Burgos. Seguramente también lo estaba anímicamente. En aquellas largas avenidas y aceras de Gamonal me sentí un ser extraño, con las botas llenas de barro y una mochila absurdamente cargada en la espalda. La visión de las torres me hizo experimentar ese "subidón" de la cercanía. De repente, todo el cansancio, físico y anímico, desapareció y "volé" por las calles del centro hasta llegar a la plaza. No había nadie esperándome. Pero sentí intensamente, muy intensamente, la presencia de todos los que caminan conmigo.
Habíamos llegado. Miré la Catedral, apenas cinco segundos, e inmediatamente me dirigí al banco del peregrino de bronce. Había un grupo de chicos en él haciéndose fotos y, cuando se levantaron, le pedí a la chica que se las hacía si le importaba hacerme una a mí. Me sonrió mientras cogía mi móvil. E hizo esta foto preciosa. Una de las fotos más preciosas de todos mis momentos en el Camino...
(Burgos. Camino Francés. 13/2/2016)
No hay comentarios :
Publicar un comentario