Solo es una cruz pequeña
rematando un astil de madera
disparándose a los cielos
sobre el humilladero
de un montículo de piedras,
un morcuero
de huellas peregrinas,
de pesos despojados
del bolsillo del alma,
de guijarros encontrados
en alguna senda de la vida.
Subes a la cruz pisando vacíos
de quienes encontraron
su propia plenitud en el Camino.
Y allí arrojas tu piedra,
anónima y desnuda,
tal vez garabateada con una fecha
o con un nombre
que nada desvela sino un alma
que llegó hasta allí
para desprenderse
de vacíos y pesos
y noches sin luz
y días sin noches.
Y allí quedas;
que en Cruz de Ferro siempre queda
un pedazo del alma peregrina,
inevitablemente,
hecho piedra
bajo la cruz,
sencilla y pequeña,
que señala cuatro puntos cardinales
en sus brazos abiertos,
acariciando un cielo
que allí parece más cercano.
Bajo la cruz,
cuyo mástil acaricias
mirando hacia arriba,
mientras hablas con Dios
o con el Universo
en la profundidad de tu Silencio.
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