Ahora que había llegado,
echaba la vista atrás
y el inicio le parecía
muy lejano.
Porque el primer paso
quedaba muy atrás
en el tiempo.
El primer paso.
Sonrió al recordarlo.
La noche casi a punto de ser vencida,
el frío inevitable de un amanecer
intuyéndose en el cielo violeta,
la calle desierta.
Y el corazón palpitante,
como ahora,
retumbando en las fachadas de las casas,
en aquel callejón donde iniciaba su aventura.
El primer paso.
¿Cuántos habría dado hasta llegar allí?
¿Cuántos miles de pasos
habrían conformado su Camino?
Su mente divagaba,
sin apartar su mirada
de la inmensidad arquitectónica
de la Catedral.
El cuerpo vencido,
los pies descalzos,
la cabeza apoyada en la mochila.
Entonces,
se dio cuenta que lloraba.
Y cerró los ojos.
Con los ojos cerrados
y el alma despierta,
dibujó en su mente
la película completa
de un Camino inacabable.
Porque aquella meta del Obradoiro
no era más que el principio de un Camino
con comienzo pero sin fin.
Pensó en lo infinito,
en lo eterno,
en lo inabarcable de lo inacabable.
Y se sintió pequeño
en aquella inmensidad
de un tiempo sin tiempo.
No hay comentarios :
Publicar un comentario