Tal vez el amanecer más hermoso que haya contemplado en mi vida. A más de 1.300 metros sobre el nivel del mar, divisé otro mar distinto que se extendía hasta el horizonte. Todo un océano de nubes, justo debajo de mis pies. Y yo, arriba. Si no fuera por la evidente certeza de que mis pies pisaban tierra firme, hubiera creído que estaba levitando.
Acababan de dar las ocho. Y tenía el alma cosida a ampollas. Mucho más que los pies. Allí, asomado al aparente abismo de la nada, encontré todo. Y me limpié del todo.
Después, me tomé un café hirviendo y seguí caminando...
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