Y en el momento justo del abrazo, desaparecen la efigie y el rito, la tradición peregrina y el acto repetido y consumado que señala un teórico final para el Camino. En el breve instante de un abrazo, el tiempo del alma se eterniza. Y la madera y la plata de la estatua inerte se convierten en carne que palpita entre mis brazos.
La carne de tantos que me abrazan en el justo momento del abrazo. Ahí están, latiendo conmigo, temblando conmigo, sintiendo conmigo. Comenzando otra vez el Camino que prosigue al Camino que termina en un abrazo.
Tienen nombres y apellidos. Y rostros definidos que se funden en el rostro del Apóstol. Por eso, al llegar y al entrar y al mirar desde abajo el rostro de Santiago, les vi a ellos. Ahí estaban. Esperándome. Para el abrazo posible en el hondo misterio de lo imposible.
Arriba, no hay rostro que me mire. El Santo mira al frente, como si quisiera que el abrazo peregrino le pillara de sorpresa. Arriba, es posible abrazar a los demás por las espaldas. Desprevenidamente. En un mundo que a menudo golpea a traición, por las espaldas, de repente uno encuentra un espacio recóndito y pequeño donde poder amar sin previo aviso.
Un abrazo alevoso y profundo que se multiplica por todos los abrazos que quiero dar y recibir en ese instante. El tuyo. Y el tuyo. Y el tuyo. Y el tuyo también. Los vuestros. Los infinitos abrazos de todos los que sois peregrinos en el Camino de mi vida.
En ese instante, desaparecen la efigie y el rito, la tradición peregrina, la costumbre ancestral y transmitida por los años y los libros. Y solo existen almas que se abrazan en mi alma y a mi alma. Y me siento feliz de haber llegado, de haber sido, de ser, de estar.
De vivir.
De querer.
De ser querido.
La carne de tantos que me abrazan en el justo momento del abrazo. Ahí están, latiendo conmigo, temblando conmigo, sintiendo conmigo. Comenzando otra vez el Camino que prosigue al Camino que termina en un abrazo.
Tienen nombres y apellidos. Y rostros definidos que se funden en el rostro del Apóstol. Por eso, al llegar y al entrar y al mirar desde abajo el rostro de Santiago, les vi a ellos. Ahí estaban. Esperándome. Para el abrazo posible en el hondo misterio de lo imposible.
Arriba, no hay rostro que me mire. El Santo mira al frente, como si quisiera que el abrazo peregrino le pillara de sorpresa. Arriba, es posible abrazar a los demás por las espaldas. Desprevenidamente. En un mundo que a menudo golpea a traición, por las espaldas, de repente uno encuentra un espacio recóndito y pequeño donde poder amar sin previo aviso.
Un abrazo alevoso y profundo que se multiplica por todos los abrazos que quiero dar y recibir en ese instante. El tuyo. Y el tuyo. Y el tuyo. Y el tuyo también. Los vuestros. Los infinitos abrazos de todos los que sois peregrinos en el Camino de mi vida.
En ese instante, desaparecen la efigie y el rito, la tradición peregrina, la costumbre ancestral y transmitida por los años y los libros. Y solo existen almas que se abrazan en mi alma y a mi alma. Y me siento feliz de haber llegado, de haber sido, de ser, de estar.
De vivir.
De querer.
De ser querido.
...Preciosas palabras, no puede estar mejor descrito algo que consideraba indescriptible...
ResponderEliminarSólo existen almas que se abrazan en mi alma y a mi alma...
ResponderEliminar¡Gracias por describirme todo lo que fue ése instante, por llevarme de nuevo a ése encuentro!
Recuerdo que al acercarme al Santo pensé que hasta ése momento nunca había dado un abrazo sin unos brazos que me rodearan, sin una mirada que aceptara mi abrazo. ¡Claro, tú lo explicas! Un abrazo para amar sin previo aviso... Y uno, al leerte, toma conciencia de la importancia de ésa entrega que no espera respuesta, de ése "ser" y "estar" que no precisa de explicaciones previas ni de agradecimientos. Abrazar a los tuyos. Por detrás. Por sorpresa.
La llegada. Me encanta fijarme en los aeropuertos, en las estaciones de tren. Todos se abrazan. Para el que recibe, no hay nada que transmita mejor una bienvenida. Para el que llega, es la mejor forma de expresar que se siente feliz de llegar, de ser, de estar. En Santiago, el Santo no abraza. Y tú, ¡otra vez! explicas por qué. Su espalda nos aporta mucho más que sus brazos: nos permite apoyarnos en sus hombros para dibujar en su rostro la sonrisa de todos aquéllos a los que queremos, para sentir los abrazos de todos los que nos quieren. Él no nos da la bienvenida (Santiago es un destino convertido en inicio), nos da la oportunidad de encontrarnos con los nuestros. Tras habernos dado la oportunidad de encontrarnos con nosotros mismos.
Aquí es fácil encontrar motivos para sentirse feliz de ser, de estar, de vivir, de querer, de ser querido... Este blog es un canto a la vida, a ésa Peregrinación con mayúsculas, a ése partir y llegar continuo que siempre finaliza en un abrazo...
¡Cachinlamar, y pones los dientes largos, que dan ganas de ponerse a caminar pero ya! :)