No es fácil desgranar recuerdos a modo de diario de un viaje terminado. Se agolpan, se mezclan, casi diría que luchan por escoger el mejor sitio del alma. No es lo mismo recordar desde el alma que hacerlo desde la mente. En el alma, los recuerdos se sobredimensionan y adquieren otras formas y otros tonos. Se vivifican, se intensifican hasta el estremecimiento. Tal vez algunos de ellos acaben cayendo en el profundo abismo del olvido, exhaustos de luchar por permanecer en la memoria.
Memorias de un peregrino. En realidad, no sé aun bien qué soy. Yo creo que soy un buscador. De mí mismo como parte de una inmensidad llamada mundo. De Dios como un “algo” creador de esa misma inmensidad. El Camino es una continua invitación a esa búsqueda del ser. En él consigo encontrar retazos de un yo-verdadero.
Mi tercer Camino… En realidad, cada año lo que hago es proseguirlo. Da igual el punto donde empiece. Los tres años he llegado a Compostela pero estoy convencido de que también da igual el punto donde acabe. Siempre salgo de casa y vuelvo a casa. El auténtico punto de partida está en el alma. Y allí mismo se encuentra el punto de llegada.
Compostela tan solo es una meta volante que marca un final y un nuevo inicio. Reconforta espiritualmente llegar ante las plantas del Apóstol. Pero el Camino es mucho más que eso. Pienso que cada punto de destino es, en sí mismo, una pequeña Compostela. Algún año, Santiago no será la meta. Y, entonces, el Camino seguirá siendo tan profundamente mágico como lo es ahora...