En realidad, la magia está dentro de nosotros. Lo
que logra el Camino es que aflore al exterior. Tal vez esa sea la auténtica
magia del Camino: que deja al descubierto nuestra magia. Al desnudo. A la
intemperie.
Creemos que descubrimos la magia en el paisaje que nos abruma y nos
envuelve, en el bosque profundo, en la inmensidad inabarcable de un amanecer,
en la propia soledad de andar solos y de estarlo verdaderamente. Y es cierto
que existe ese halo invisible, ese hilo conductor que nos une el alma a la
tierra, indisolublemente.
Pero la magia que no esperamos descubrir es la de
la sonrisa haciendo frente al cansancio propio y ajeno, la de la mano tendida
cuando las piernas flojean, la del deseo inacabable de que el Camino nos sea
realmente bueno.
Y esa magia nos atrapa para siempre.
El Camino nos vuelve mágicos. O nos hace descubrir
que lo somos.
No es posible sentir la plenitud de ser peregrino
si no se cree en la magia...
(Fotografía.- http://smilesonthecamino.com/)
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