"El peregrino no es, en modo alguno, un ser que se evade. Su radical rechazo puntual a lo que significa la vida cotidiana, que ni siquiera es permanente, se trueca en una marcha a la búsqueda de sus límites auténticos. Cuando los halle al final de la Ruta -de su Ruta, pues siempre le será propia e intransferible-, podrá reanudar sus quehaceres cotidianos de siempre; y nada, salvo su más profunda identidad, habrá cambiado. Para todos, excepto para él mismo, será el que fue toda su vida, con nombre propio y fecha precisa de nacimiento; pero su mente y su espíritu habrán sufrido una transformación que se traducirá en el modo de afrontar la existencia desde la perspectiva de quien ha comprendido finalmente su sentido y su razón última" (Juan G. Atienza)