(Fotografía: Julio Rodríguez) |
La encorva el peso de la vida, el paso del tiempo que pasa y pesa sobre el ajado cuerpo. Firme la mirada, sin embargo, descubridora de la belleza que eterniza el alma. Detiene sus pasos y siente que el tiempo se detiene. Respira hondo y contempla la vida que sigue pasando pero ya no pesa. Siente los pálpitos del alma sin arrugas.
Es feliz. Camina y el Camino es ella misma en todas sus edades. Se aniña y crece. Cierra los ojos y vuelve a ser niña.
Sabe que ser peregrina no es una cuestión de años sino de latidos.
Los siente, uno a uno, en su alma sin tiempo.
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