Pensamientos, reflexiones, experiencias, historias y vivencias acerca del Camino de Santiago

Cumpliendo sueños

Me pregunto si durante el Camino se sueña o se cumplen sueños. O ambas cosas a un tiempo. El Camino antes de andarlo, hay que soñarlo. Es uno de mis pensamientos recurrentes. Yo sueño constantemente con el Camino. Sueño con el Camino que ya conozco. A veces, recreo lugares por los que ya he pasado. Con los ojos cerrados, recuerdo vagamente alguna escena soñada en duermevela. Recuerdo mejor los miedos que se ponen de manifiesto al temer lo desconocido. Pero ni con ojos abiertos ni con ojos cerrados, puedo soñar los lugares que no conozco. Es obvio, claro. Cuando no conocía nada del Camino, soñaba con estar en él y siempre me imaginaba subiendo una montaña. Hasta que me caía... Sin embargo, soñé mucho con Cruz de Ferro, aunque nunca hubiera estado allí.

Caminar por un tramo aún desconocido del Camino, posiblemente implique unir realidad y sueño en un mismo instante de espacio y de tiempo. Sueñas a la vez que cumples sueños. ¿Pensamientos recurrentes? Tal vez lo más recurrente sea justamente lo contrario: el vacío de pensamientos. No es algo de lo que sea consciente en presente, solo en futuro. Uno no se percata de que ha conseguido liberar su mente de todo tipo de pensamientos hasta que se pone a pensar en ello, horas o días después. Para mí es un logro importantísimo. Por todo lo que implica de Plenitud. Y también por todo lo que implica de Libertad. Muchas veces los pensamientos oprimen demasiado. Liberar la mente es dejar que el alma tome absolutamente la iniciativa. Solo cabe sentir. Sentir. Aunque también tenga como consecuencia no ser consciente, racionalmente hablando, de todo lo que se está sintiendo.

El Camino, antes de andarlo, hay que soñarlo, sí. Pero creo que también es preciso que el propio Camino se haga sueño mientras se anda. Un sueño cada paso. Un sueño cada sitio. Un sueño cada instante. Aparece y se cumple. Así de mágicamente. Chas. Un simple instante, apenas una porción de segundo. Después, al acabar, es precioso juntar pedazos de sueños que se fueron soñando a la vez que se cumplían. Es lo que queda. Ya puedes soñar el Camino que has hecho. Recrearlo.

(Ya puedo salir de la casa de Sahagún, doblar a la derecha por la avenida, llegar a la plaza mayor, doblar a la izquierda, seguir por la calle que surge al frente, detenerme en un escaparate a mirar el cartel de carnaval del pueblo y sonreírme, seguir cincuenta o sesenta metros más, doblar a la derecha, pasar por el convento de las monjas, cruzar la avenida, el arco a la derecha, el monumento al Camino en frente, los pies metidos en la huella de hierro, el primer mojón con la flecha, la calle que se empina un poco hacia abajo, pequeñas gotas de lluvia que empiezan a caer, aquella casapuerta donde le pongo la funda a la mochila, el puente sobre el río Cea, el crucero, el cielo gris, como panza de burra, la bruma sobre el río, cruzar el puente, el sendero junto a la carretera, recto, rectísimo, interminable...)

Y es así como voy soñando, antes de andarlo, el próximo Camino...

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