Llega un nuevo año y nos disponemos a vivirlo con la inevitable incertidumbre que provoca el futuro, con otro puñado de experiencia añadido en la mochila del ayer, que vamos despojando de los lastres del pasado para que no nos pese demasiado cuando nos la carguemos en los hombros. Los recuerdos no pesan, si son buenos. Los malos nos hacen aprender y nos hacen más fuertes para seguir caminando, a pesar de ellos. Pero los malos recuerdos son inútiles y ocupan un sitio necesario para albergar nuevos sueños y vivencias.
Miramos hacia atrás y hay un largo camino recorrido. Miramos hacia delante y solo vemos el horizonte. Una utopía, que diría Galeano. Pero es verdad que la utopía sirve, precisamente, para caminar. Aunque el horizonte se nos siga alejando a cada nuevo paso que damos. Pero allí sigue, delante, como un destino también inevitable que algún día alcanzaremos. Paso a paso. En el fondo, la vida consiste en caminar. Con sus tramos llanos, sus cuestas hacia arriba y hacia abajo, sus precipicios y sus abismos, sus piedras para tropezar y para descansar, sus oasis en medio del desierto, sus paraísos perdidos y encontrados.
El futuro siempre está por llegar. Por eso, hay que seguir caminando, con la mochila a cuestas, con la vista al frente, con la esperanza siempre intacta de que el sol saldrá tras la lluvia, de que siempre hay un día tras la noche, de que siempre, siempre, tras el llanto, se encuentra un motivo para sonreír...
Siempre...
Siempre aspirando a alcanzar un horizonte.
(Fotografía: José Javier Román.- https://www.flickr.com/photos/metalrats/22907687252/ |