Cuando camino, alcanzo una sensación de Libertad imposible de describir. Me siento pequeño e inmenso a la vez. Y la tierra y el cielo adquieren dimensiones distintas desde mi pequeñez y desde mi inmensidad. Respiro. Parece un absurdo pero no lo es. Cuando camino el Camino, soy consciente de que respiro. A veces me detengo sin más pretensión que la de respirar, que la de sentir que estoy respirando. Me detengo, abro los brazos y cierro los ojos. E inspiro fuerte, muy fuerte. Casi hasta el ahogo, hasta el borde de la necesidad imperiosa de exhalar el aire inspirado.
Pensamientos, reflexiones, experiencias, historias y vivencias acerca del Camino de Santiago
Esta nostálgica ternura
Muchas veces no llegas a saber sus nombres. Peregrinos que te ceden su linterna, un peine, la fresca cantimplora… los tomas de la mano para cruzar un riachuelo, te fotografían sin querer, compartes una broma, un “¡cuidado!”, un ronquido retador, un gesto unísono… Partes del albergue cada madrugada sin saber si te despides de ellos para siempre. Por eso, esta ambigua, extraña, nostálgica ternura en el partir de cada día.
EMILIO PEDRO GÓMEZ
Un alto en el Camino
buscada y requerida,
los pies descalzos,
liberados del ardor
de la larga travesía,
la espalda
sin mochila compañera,
el cuerpo detenido,
el alma
recobrando pulsaciones.
La mirada
tal vez absorta en un recuerdo
o en un presagio
que anticipa lugares y
distancias.
Aunque sabe el peregrino
que, después, sus pasos
serán guiados por la magia,
por las huellas de otros
peregrinos,
por el sol que acompaña y que
calienta,
por el faro de las flechas
amarillas.
Un alto en el Camino.
Siempre necesario
para seguir andando.
Con las botas cobijando
los pies reconfortados.
Con la mochila compañera
en la espalda.
Con el alma
desbocándose a cada paso.
Zapatos viejos
(Fotografía.- Claudio Pupi) |
Ya sólo puedo usar zapatos viejos.
El camino que sigo
me los gasta desde el primer paso.
Pero únicamente los zapatos viejos
no desdeñan al camino
y sólo ellos pueden llegar
hasta donde llega el camino.
Después,
hay que seguir descalzo.
ROBERTO JUARROZ
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