Dejaste allí tus huellas.
Y aunque las borrara el viento
y otras huellas
de otros caminantes,
allí quedaron,
volviéndose tierra
en la tierra del Camino.
Allí quedó
tu abrazo al árbol centenario,
como un surco
invisible e imborrable
en el tronco verdecido
por el musgo.
Allí quedó tu aliento
fundiéndose en la niebla
como si se besaran
dos amantes.
Y allí quedó tu piedra,
sobre otras piedras,
en el humilladero
de una cruz desnuda.
Y el roce de tus dedos
dibujando en el cielo
un horizonte.
Lo quieras o no,
regresaste al hogar
dejando en el Camino
pedazos de tu alma.
Y te trajiste en la mochila
pedazos del alma del Camino.
Así te volviste peregrino:
desalmándote a pedazos,
bendito loco enamorado
que sueñas cada día
con volver a los brazos
de tu amante.