En la historia nunca escrita -o sí- de aquel Camino
hay un buen puñado de risas y canciones, alguna confidencia surgida desde lo más
profundo del alma, más de una lágrima furtiva y hasta alguna travesura de los
que nunca dejaron de ser niños.
Hay un inicio, donde el azar, el destino, el
universo –poco importa el nombre- quiso que nos encontráramos. Y un punto y
seguido, que no un final, en Compostela. En medio, toda la intensidad con la
que se viven tantas horas compartidas en el Camino, donde el tiempo adquiere
otra dimensión distinta al tiempo cotidiano.
Porque cuando el Camino une, lo hace creando un vínculo muy especial. Después,
la vida nos devuelve a cada cual a su camino, sí. Cada cual a sus cosas, a sus
entornos, a sus rutinas. Pero ese vínculo se me antoja irrompible, por más
distancia física que exista.
Cuando el Camino une, lo hace para siempre.
Para siempre…