El peregrino busca lo sagrado. No es
una catedral a donde llega sino al templo infinito de su Vida. No es un lugar
cualquiera del que parte sino del sacrosanto espacio de su Alma. Con Dios o sin
dios, pero sagrada.
El Camino parte del Alma que es tabernáculo del
Ser. Peregrinar es ir desde el Alma a la Vida, buscando trascender, que es el
Encuentro con el yo más verdadero.
Podrá concebirse el Camino de muchas maneras,
tantas como personas lo realizan. Pero si se le despoja de lo espiritual, el
Camino se convierte en otra senda como tantas. Cada cual concibe ser peregrino
como cree, pero sin búsqueda, sin sacralidad, sin trascendencia, sin mística,
el peregrino se convierte tan solo en caminante.
Sin contemplación de la Belleza, sin admiración de
Lo Creado, sin descubrimiento del Todo del que forma parte, el peregrino no es
más que alguien que camina, sin más meta que una ciudad, una plaza y una
iglesia.
Al peregrino, el Camino se le enreda en el Alma, de
donde parte, y le transforma la Vida, a la que llega. Cada paso sacraliza su
Camino, más allá de creencias o descreencias, de plenitudes o vacíos de fe. Y,
al final, es capaz de descubrir lo esencial, de contemplar y admirar todo
aquello que es invisible a los ojos.
Algunos le llaman Dios.