Le encorva
el peso de la vida,
el paso del tiempo
que pasa y pesa
sobre el ajado cuerpo.
Firme la mirada,
sin embargo,
descubridora de la belleza
que eterniza el alma.
Detiene sus pasos
y siente que el tiempo
se detiene.
Respira hondo
y contempla la vida
que sigue pasando
pero ya no pesa.
Siente los pálpitos
del alma sin arrugas.
Camina
y el Camino
es él mismo
en todas sus edades.
Porque sabe
que ser peregrino
no es una cuestión de años
sino de latidos.