Es otro tiempo el tiempo del Camino, otro espacio, otro pulso. Cabe la eternidad en un instante y cada instante eterniza nuestro tiempo. Porque el tiempo del mundo quedó atrás, en esa dimensión de lo cotidiano de la que hemos conseguido no escapar sino trascender. Porque el Camino es trascendencia. Del tiempo, de los espacios cercados por fronteras, de los pulsos agitados en esas interminables cuestas de la vida. Es trascendencia de todo lo que somos. O de lo que nos obligan a ser. Porque en ese más allá de las fronteras cotidianas, es posible el Encuentro con nuestro Verdadero Ser. Sin límites.
El tiempo del Camino nos pertenece porque es exclusivamente nuestro y podemos conformarlo a nuestro antojo. Al Camino no le sobra ni un instante porque cada instante es un preludio de lo eterno.
Tiempo sin tiempo. Espacio infinito.
Porque el Camino es un infinito que se enreda en el pulso del Alma peregrina. Y allí se eterniza. Y se va haciendo tuyo. Y te va haciendo suyo.