Podría pensarse que coger vacaciones para caminar doscientos kilómetros con una mochila en la espalda es algo que está muy cercano a la locura.
"¿Otra vez?", es la pregunta que inevitablemente se repite.
"No, no es otra vez. Es la continuación de la primera vez", respondo yo, creyendo firmemente en lo que digo.
No es otro Camino. Es el mismo Camino que iniciara hace ya una eternidad de instantes y al que se han ido sumando etapas y kilómetros, paisajes renovados, incluso vueltos a ver, en esa aparente repetición de senderos donde no es posible dejar la misma huella por mucho que los transites.
Hago recuento en años y me salen cinco. Hago recuento en etapas y suman cincuenta y cinco. Hago recuento en kilómetros y van más allá de los mil doscientos. Hago recuento en latidos... y pierdo la cuenta.
Es el mismo Camino. El que siempre acaba en Compostela aunque a veces no acabe en Compostela. El que ando en invierno y en verano, por los cuatro puntos cardinales y todos los rumbos posibles de la rosa de los vientos, sin nadie y con todos, desde la soledad profunda o en compañía de almas compañeras del camino de la Vida.
El Camino de quien no deja de buscar para encontrarse. De quien no deja de Encontrar aunque no busque.
El Camino... Uno solo... Infinito... Que existirá mientras queden horizontes que alcanzar...
"¿Otra vez? Estás loco", me repiten.
"¿Otra vez? ¡Pero si apenas lo acabo de empezar!", les respondo.
Porque sin esta locura, creo que me volvería loco...
(Nueve etapas más, desde A Gudiña a Santiago. Doscientos kilómetros. Dos Almas peregrinas, confiando en llegar hasta un Abrazo).