buscada y requerida,
los pies descalzos,
liberados del ardor
de la larga travesía,
la espalda
sin mochila compañera,
el cuerpo detenido,
el alma
recobrando pulsaciones.
La mirada
tal vez absorta en un recuerdo
o en un presagio
que anticipa lugares y
distancias.
Aunque sabe el peregrino
que, después, sus pasos
serán guiados por la magia,
por las huellas de otros
peregrinos,
por el sol que acompaña y que
calienta,
por el faro de las flechas
amarillas.
Un alto en el Camino.
Siempre necesario
para seguir andando.
Con las botas cobijando
los pies reconfortados.
Con la mochila compañera
en la espalda.
Con el alma
desbocándose a cada paso.
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