Pensamientos, reflexiones, experiencias, historias y vivencias acerca del Camino de Santiago

Con el alma empapada

Sientes el alma empapada de emoción,
como si hubiera atravesado una tormenta
y le hubiera sorprendido la lluvia torrencial
a la intemperie, calándole los huesos.
Hay tras la plenitud, un momento de vacío,
un instante donde todo se detiene,
en ti y fuera de ti,
donde el cuerpo duele
y duelen los pies y las entrañas.
Allí donde quedó la huella invisible
de tu último paso.
Tras la explosión de la llegada,
tras los pulsos disparados,
tras la desbordada felicidad
y el abrazo con otros peregrinos,
uno siente la necesidad
de dedicarse tiempo,
de encontrarse a solas,
de besar con todo el cuerpo
la tierra prometida del Obradoiro
y de llorarlo todo. Todo.
Para empapar el alma
de esa emoción incontenible
como un aguacero.
Estás allí. Eres. Llegaste.
Y te duele el Camino
que dejó de ser camino
para volverse sangre
recorriéndote las venas,
dándote vida.
Entonces, te levantas,
vuelve el mundo a ponerse en movimiento
y tú sonríes
cuando dejas,
sobre la piedra gris del Obradoiro,
la huella invisible
de tu primer paso
con el que continúas tu Camino.

Modelando el barro de la primavera

(Fotografía.- Alejandro Millán Carcedo)




Huellas sobre huellas
que nos precedieron.

Surcos sobre surcos
de la tierra abierta
y empapada.

Pasos sobre pasos,
modelando el barro
de la primavera.

Conectado con la vida

(Fotografía.- Stefano Castellano)



"Estás siempre en el camino si estás conectado con la vida: a todo lo que te pase le encontrarás un valor, un mensaje, un sentido" (Xavier Guix)

Agarrado a la mano de mi madre

(Fotografía.- Martín Fernández Sánchez)






Como si fuera un niño,
quisiera volver a andar
por el Camino de la Vida
agarrado a la mano de mi madre...

Eterna Compostela

(Fotografía.- Martín Rendo)
Rosa mística de piedra, flor románica y tosca, como en el tiempo de las peregrinaciones, conserva una gracia ingenua de viejo latín rimado. Día por día, la oración de mil años renace en el tañido de sus cien campanas, en la sombra de sus pórticos con santos y mendigos, en el silencio sonoro de sus atrios con flores franciscanas entre la juntura de las losas, en el verdor cristalino de sus campos de romerías, con aquellos robles de excavado tronco que recuerdan las viviendas de los ermitaños.

En esta ciudad petrificada huye la idea del Tiempo. No parece antigua, sino eterna. Compostela, inmovilizada en el éxtasis de los peregrinos, junta todas sus piedras en una sola evocación, y la cadena de siglos tuvo siempre en sus ecos la misma resonancia. Allí las horas son una misma hora, eternamente repetida bajo el cielo lluvioso.

RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN