Pensamientos, reflexiones, experiencias, historias y vivencias acerca del Camino de Santiago

Cruzando el Catasol

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(Fotografía.- https://www.instagram.com/p/Bn8yZSQBs06/)
Robles, eucaliptos, alisos y abedules: el frondoso ejército de la belleza, batallando por ganar la contienda contra el sopor de la tarde recién estrenada, aun desperezándose del sol del mediodía. Atrás quedó Melide, humeantes las calderas en las ventanas, el vino templándose en los cuencos... Brindo por ti, Camino, Camino mío, que ya tanto me dueles en el alma después de tanto tiempo siendo tuyo… Atrás quedó el asfalto, la última cuesta junto al cementerio, otra vez los pastos y la tierra. Hasta que el bosque se adueña del paisaje y lucha y vence al tedio de las horas, de los pasos cansados y cansinos. Ahí está el río, con su paso empedrado, con su sombra perpetua e infinita. Juega el peregrino a ser equilibrista sobre las grandes piedras que improvisan un puente sobre el Catasol. Y así lo atraviesa, haciendo equilibrios con la tarde para no descalzarse y seguir caminando, mientras una legión de árboles le clavan en el alma el profundo aguijón de la belleza…

El paisaje se detiene

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(Fotografía: uncanarioenelcamino)






Peregrino,
qué misterio y qué milagro
que el paisaje se detenga
a contemplarte

Esos puntos suspensivos del alma

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(Fotografía.- https://www.instagram.com/p/Bwbj1b-AV0a/)

Esos puntos suspensivos del alma,
ese paréntesis del tiempo detenido,
ese cuerpo vencido
sobre el suelo y bajo el cielo
del Obradoiro,
ese estar,
ese Ser,
ese epílogo con vocación de prólogo,
ese final preludiando otro principio…

Ya los ojos lo miraron todo,
los pies lo anduvieron todo,
el corazón –ay, el corazón-
lo palpitó todo.

El Camino que fue
se convirtió en recuerdo.
El Camino que será
ni siquiera empezó a soñarse.
En ese presente,
sin pasado ni futuro,
la mirada se pierde,
los pies se descalzan,
el corazón –ay, el corazón-
recobra sus pulsos.

Ese paréntesis del tiempo detenido.
Esa pequeña y dulce muerte
antes de regresar al camino de la Vida.
Esa plenitud del vacío.
Ese infinito entre dos torres.
Ese sueño acabado.
Ese sueño que empieza.

Esos puntos suspensivos del alma.

Esa locura de saberte
para siempre peregrino.

Diez años después

Aquel inolvidable 14 de septiembre, en que llegué por primera vez a Compostela. Grabada a fuego la fecha porque, de alguna manera, también celebro hoy un especial aniversario de Vida. Porque, en mi vida, en mi Ser, en todo lo que soy y lo que siento, hay un antes y un después de aquel 14 de septiembre.

El Camino -aquellos primeros doscientos y pico de kilómetros en el Camino- me había dejado visibles huellas en el cuerpo. Conté hasta seis ampollas en los pies -mi elección de zapatos no había sido desde luego la mejor- y una dolorosísima erupción en ambas piernas, que me trajo por la calle de la amargura desde prácticamente el segundo día. Pero, sobre todo, el Camino me había marcado el alma para siempre. Las ampollas se acaban secando y curando hasta que desaparecen. Pero las marcas del alma jamás se borran.

Al Camino fui con toda mi debilidad exterior e interior. Antes de partir, me preguntaba constantemente si realmente podría. Interiormente, me encontraba bastante desorientado y vacío. Espiritualmente vacío, podríamos decir, más allá de creencias y descreencias. Los miedos interiores eran aún mayores que los miedos exteriores. Solo había algo que conseguía calmarlos: la tremenda, la infinita ilusión que tenía por cumplir ese sueño, madurado desde muchos años atrás, de peregrinar hasta Santiago.

Y allí estaba, aquel 14 de septiembre, en Compostela, en el Obradoiro, delante de la Catedral, a la que llegué sólo como sólo empecé y anduve casi todo el Camino, más allá de los encuentros con gente maravillosísima de las que aún conservo el recuerdo inolvidable.

Porque si algo tuve claro también desde el principio, es que a Santiago iría sólo. No pensaba en la primera vez porque jamás pensé que pudiera haber más veces. Ni por la cabeza se me podía pasar que pudiera haber más veces. Así que la peregrinación, la única posible e imaginable por entonces, tenía que ser necesariamente sólo. Pero el primer pensamiento medianamente claro que tuve al llegar fue ese: "Volveré". Y allá que he vuelto, muchas veces ya, sólo o acompañado. Y siempre, al llegar, a donde fuera, a la propia Compostela o a cada una de las "pequeñas compostelas" que han servido de punto y seguido en mi Camino -porque sigue siendo mi Camino, uno solo, lo que hago siempre es volver para continuarlo, por aquí, por allá, porque es tan infinito que no tiene ni un principio ni un final determinado- he tenido el mismo pensamiento: "Volveré".

Y aquí estoy, en este 14 de septiembre de diez años después, anhelando eso mismo: volver. A reencontrarme con mi Yo más verdadero, capaz de vencer todas las dificultades, aceptándolas primero y afrontándolas después, espiritualmente pleno, más allá de las creencias y las descreencias. Con mi Yo-esencial, donde lo físico, sinceramente, importa poco más allá de saber cuál es la medida de mis posibilidades y no excederme jamás de esa medida que lleva a andar siempre despacio -el Camino, el mío al menos, no está hecho para andar deprisa-, y descansar siempre que sea preciso recobrar el aliento. Lo realmente trascendente es la Esencia, lo que verdaderamente Somos bajo la piel y la apariencia externa. El Camino me dejó el alma completamente desnuda y a la intemperie. Y así fue como empecé a Encontrarme a mí mismo y conmigo mismo y a Sentirme parte de un Todo al que pertenecía y que, a la vez, me pertenecía. Y así fue como descubrí que era posible experimentar la Plenitud de la Magia en comunión con la Naturaleza: mi propio concepto de Dios.

Y por eso vuelvo: para seguir Buscando. Para seguir Encontrando. Para llenar vacíos. Para vaciarme de todo aquello que me pesa en el camino de la Vida. Porque el Camino es un bálsamo. Y un aprendizaje. Y una Necesidad de Ser y de Estar.

Porque el gran reto del peregrino, mi gran reto de cada día, no es descubrir que el Camino es una metáfora de la vida, sino empezar a concebir la vida como una metáfora del Camino...

Sabe el peregrino

https://www.instagram.com/p/CRloSISMhPm/
(Fotografía.- https://www.instagram.com/p/CRloSISMhPm/)
Sabe el peregrino que no camina solo, aunque el horizonte se presente desierto, pese a que las huellas se desvanezcan con la lluvia, a pesar de que el eco sea la única respuesta a sus plegarias. Sabe que cuando lo necesite, cuando crea desfallecer, una mano le ayudará a levantarse, una piedra se le ofrecerá para su descanso, un susurro le empujará a seguir. Sabe que en cualquier momento él puede ser esa mano, la fuente, la sombra, el refugio, el faro, la estela de otro peregrino.

Sabe que nunca debe infravalorar el camino, sino adaptarse a él, disfrutar de lo que le ofrece, de lo bueno y de lo malo. Sabe que le obsequiará con paisajes sublimes, colores impensables, texturas inimaginadas, sabores, olores, emociones, vivencias, compañía, sentimientos que lo harán sentirse invencible, único, inigualable, inmortal. Pero también sabe que se presentarán dificultades que pueden retrasar su paso o detenerlo para siempre.

Sabe que las prisas no son buenas, que las agujas del reloj se convierten en lanzas que nos empujan a la desesperación, a la angustia, a la locura. Sabe que a veces conviene esperar a que pase la tormenta, a que florezcan las margaritas, a la salida del sol, a la mirada constante, a la palabra precisa, a la sonrisa perfecta. Sabe que no siempre gana el que llega primero, sino el que llega en el instante adecuado.

Sabe que lo más importante no es el destino, sino llegar...

MOISÉS PALMERO ARANDA

Tu propia luz






Vayas a donde vayas,
camines hacia donde camines,
lleva siempre tu propia luz,
peregrino...