Pensamientos, reflexiones, experiencias, historias y vivencias acerca del Camino de Santiago

Hay que seguir andando

Una parada, un descanso necesario, preciso respirar y llenar los pulmones de aire nuevo, recobrar el aliento tras el desaliento de la cuesta, descalzarme y dejar a la intemperie los pies hinchados y doloridos, cerrar los ojos, vaciar la mente, llenar el alma... De paz... De silencios... Silencio. Para escuchar cómo mis latidos se acompasan. Serenamente. Serena mente.

Con los ojos cerrados, dibujo los sueños imposibles. Me quedo con algunos para volver a soñarlos, por si hubiera posibilidades de cumplirlos. Desecho los caducos y los que se rompieron definitivamente. Inventario recuerdos de lo andado. Necesito abrir los ojos para mirar atrás y comprobar que el horizonte de lo andado se pierde en la lejanía, inalcanzable ya porque el camino no es posible desandarlo. Atrás quedaron los paraísos perdidos y también los pedregales, la senda interminable que siempre termina, el fango en que mis pies se hundieron sin remedio, la suave colina y la dura montaña que trepé con los dientes apretados, el oasis del río susurrando esperanzas, lavatorio del alma y de las manos sucias, el cielo descarnándose en tormenta y el dulce arcoíris que devuelve la sonrisa.

Vuelvo a cerrar los ojos y perfilo esa sonrisa para que no se desdibuje. Siento en mi rostro la brisa fresca de todos los amaneceres. Respiro hondo. Estoy aquí. Donde logré llegar, paso tras paso. Con paso firme, cuando tuve fuerzas para ello. Y cojeando, cuando los pies heridos me obligaron. Apoyado en el bastón en la dura pendiente de subida o de bajada. Y en la mano amiga, cuando fue necesario el empuje de otra mano.

Recuento presencias. No me falta nadie pero me faltas tú. Me acompañas, sin embargo, cuando nadie me acompaña. Te tengo y no. Te tengo y no.

Hora de seguir. De calzarme los zapatos, de anudarme los cordones, de volver a colocar la mochila en los hombros. Mi mochila llena de poemas sin versos, de versos sin palabras, de palabras sin letras, de letras sin papel, de papeles en blanco por si alguna vez me hacen falta para escribir poemas con versos y letras. De sueños renovados, de hondas convicciones, de nostalgias profundas, de pedazos de luna para que no me falte una luna llena en el cielo de mi noche ni en la noche de mi cielo. Llena de todos los que me llenan. Y vacía de vacíos.

Delante, el camino que aún resta por andar. En la lejanía, un nuevo horizonte al que dirigir mis pasos. Arriba, mi cielo infinito. La tierra, bajo mis pies. Hay que seguir andando.

Hay que seguir andando...

Nunca desistas de un sueño

"Nunca desistas de un sueño. Sólo trata de ver las señales que te lleven a él" (Paulo Coelho)

(Fotografía: Miguel & Vicky.- https://www.flickr.com/photos/sivaris/2854286446/)

La eterna navidad del Camino de Santiago


Como si fuera siempre Navidad, el Camino nos hace ser y sentirnos mejores, acrecienta en nosotros el espíritu de solidaridad y fraternidad con los otros, nos dibuja la sonrisa permanente y nos hace aflorar los buenos deseos. Buen Camino. Renacemos, nos reencontramos con nosotros mismos, miramos al interior del corazón y descubrimos que es posible albergar en él la paz y la esperanza.

La eterna navidad del Camino de Santiago. Llenando siempre de paz y de esperanza a los hombres y mujeres de buena voluntad que peregrinan.



Siempre llegamos hasta un abrazo

La vida es, en sí misma, un Camino continuo de salidas y llegadas. Y siempre hay un abrazo esperándonos al final de cada etapa. De alguien. De algo. De un ser querido. De un alma. De Dios. Siempre llegamos hasta un abrazo.

Benditos sean

Benditos sean los que peregrinan con el alma...

(Fotografía: Fundación Síndrome de Down de Madrid.- https://www.flickr.com/photos/downmadrid/9614359662/)

Infinitivos


Llegar. Parar. Llorar. Sentir. Reír. Callar. Rezar. Mirar. Temblar. Suspirar. Abrazar. Vibrar. Gritar. Latir. Vivir.

Besar. También la tierra como una manera de besar el cielo.

Volver. Desear volver.

Llorar.



Voy buscando libertad

Caminando, caminando
voy buscando libertad.
Ojalá encuentre camino
para seguir caminando...

VÍCTOR JARA

Amanece en el Camino

De repente, el cielo se vuelve naranja y gris y ocre y violeta. Desaparece el negro, reviven los celestes. Se disipan las sombras de la noche. Nace el día. Amanece en el Camino. El sol comienza su andadura. De este a oeste. Como cualquier peregrino...

(Fotografía: Maxi Ruíz-Erans.- http://www.flickr.com/photos/ruizerans/5081703854/)

El arcoíris

Quien siempre camina mirando hacia abajo, nunca verá el arcoíris...

Aquello que resulta invisible

Con los ojos del alma, uno consigue ver aquello que resulta invisible para los demás...

Tus brazos abiertos

A mi hermano Antonio, que estuvo y estará conmigo cada vez que llegue a Compostela...

En realidad, los brazos bien abiertos fueron los tuyos, hermano. Se abrieron desde mucho antes que yo llegara, en esa espera paciente en un "kilómetro cero" que tú guardabas como celoso templario protector del peregrino que, a duras penas, medio cojeaba por las cuestas de los hospitales, por las largas e interminables avenidas de Santiago, hasta llegar allí por la Rúa do Franco y entrar en la plaza y verte, como si no hubiera nadie más en aquella inmensidad del Obradoiro.

Fueron los tuyos los brazos que primero se abrieron y me pareció, por un momento, que eras capaz de tocar con los dedos de la mano izquierda la fachada principal de la Catedral y con los de la derecha la del Pazo de Raxoi, de grande que era la inmensidad del espacio que ocupaban aquellos brazos tuyos, mientras venías hacia mí con enormes zancadas.

Los que nos hicieron la foto, simples turistas que pasaban por allí (o quién sabe si, tal vez, deberían estar allí en ese justo momento), nos confesaron la emoción que sintieron al vernos fundidos en ese abrazo que solo tú y yo, querido hermano, podemos entender en toda su plenitud, por más que intentáramos explicarlo.

Ese abrazo inolvidablemente largo...

"Llegar con la emoción a flor de piel, entre risas y lágrimas"...

Se cumplieron, casi proféticamente, cada una de las palabras...

Encontrar la belleza

"El que no lleva la belleza dentro del alma no la encontrará en ninguna parte" (Noel Clarasó)

El momento de llegar

Los últimos pasos, el último esfuerzo. El corazón que palpita al ritmo de una gaita que, estremecedoramente, resuena en la bóveda y en las paredes del arco. Ocho escalones más que bajar para poder contemplar la inmensidad de un Obradoiro que ya se divisa mientras tiemblan el cuerpo y el alma. Los últimos pasos, el último esfuerzo. Ha llegado el momento de llegar. Ya no hay vuelta atrás posible. Solo habrá que mirar hacia la izquierda para ver la Catedral saludando al peregrino…

Cuerpo a cuerpo y alma a alma

Una imagen que no precisa de palabras. Quien lo ha vivido, es capaz de sentir todo lo que la imagen expresa. Solo falta el latido que retumba, cuerpo a cuerpo y alma a alma...

Cojear por el camino

"Es mejor cojear por el camino que avanzar a grandes pasos fuera de él. Pues quien cojea en el camino, aunque avance poco, se acerca a la meta, mientras que quien va fuera de él, cuanto más corre, más se aleja."

SAN AGUSTÍN

(Fotografía: Juan Marblaz.- http://www.flickr.com/photos/juan_marblaz/4951661871/in/set-72157624875685964)

La emoción de la llegada

La emoción de la llegada...

Indefinible, indescriptible, expresada de mil millones de maneras distintas...

Unos ríen, otros lloran, otros se abrazan, hay quienes solo son capaces de cerrar los ojos para volver a abrirlos y comprobar que no es un sueño, otros miran a un infinito dibujado en la inmensidad de dos torres...

Y hay quienes, simplemente, se arrodillan y callan...

Una puerta abierta

Envuélvete en ella, peregrino. Que la niebla siempre es una puerta abierta hacia la magia...

(Fotografía: Camino de Santiago - Der spanische Jakobsweg.- https://www.facebook.com/pages/Camino-de-Santiago-Der-spanische-Jakobsweg/111181545580888)

No me hables tan fuerte

Y el peregrino, viendo la belleza de la Creación, susurra desde lo profundo de su alma: "Señor, no me hables tan fuerte"...

La llegada


"La llegada, la difícil llegada. Cuando se anda poco, enseguida tenemos ganas de volver a casa, pero cuando se recorre un largo camino, sentimos un deseo inmenso de continuar en él hasta caer agotados."

PAULO COELHO

(Fotografía: Jacobo Remuñán.-http://www.xunta.es/hemeroteca/c/Autoplay?content=10577)

El Camino es infinito

"El camino es infinito, no se puede acortar nada, no se le puede añadir nada y, sin embargo, cada uno sostiene su inocente vara de medir." (Franz Kafka)

Los préstamos de Dios

“Dios nos presta un momento los prados y las fuentes, los grandes bosques temblorosos, las profundas y sordas rocas y los cielos azulados, los lagos y las llanuras, para que pongamos en ellos nuestros ensueños, nuestros amores” (Víctor Hugo)

Peregrino del Alma

Me leías y te sentías peregrino conmigo. Me escribías para decirme que lo habías leído "con el corazón" y que mis letras te dejaban "un buen sabor en el alma". Siempre seguiste mis pasos, adonde quiera que los mismos se dirigieran. También a Santiago, desde el alma. Y me hubieras seguido con tus pies, a poco que hubieras podido. Creo que llegaste a entender, en unas pocas líneas, mis vacíos y mis ausencias de Dios, mis huellas perdidas en caminos que no eran el mío, el por qué de coger cada año una mochila e irme a buscarme o a encontrarme o a perderme o a todo a la vez en esa lejanía de una distancia que parece enorme cuando se cuenta en kilómetros. Lloraste de emoción cuando mi voz quebrada te anunció que ya estaba en Compostela, la primera vez de aquella "locura" de marcharme "solo". Tal vez no lo entendías pero sentías que para mí era algo grande. Y eso ya te era suficiente. Con el tiempo, me leíste. Y lo entendiste. Y tú también te sentiste peregrino. Conmigo.

El tiempo pasa demasiado deprisa. Hace mes y medio que volví a hablar contigo desde el Obradoiro, con la voz más quebrada que nunca. "He llegado, papá. Que te quiero mucho". Nunca fui pródigo en muestras de cariño pero aquel día precisaba que lo supieras. Que supieras que venías conmigo a Santiago, desde el alma, porque con los pies no podías.

Ahora eres tú quien te has marchado, peregrino. Solo. Como en aquella "locura" de mi primera vez. Ahora eres tú quien te has ido por ese Camino de la Luz que conduce hasta el mismo Pórtico de la Gloria. Al Verdadero. Al que llegan los Peregrinos de la Vida, sin más equipaje que el del alma, dispuestos a cruzarlo para Siempre.

En mi próximo Camino, saldré a buscarte. Y espero encontrarte en todos los espacios y en todos los senderos, en los puentes de piedra y en el arrullo dulce de todos los arroyos, en el viejo castaño y en la niebla baja, en cada amanecer y en cada ocaso, en la piedra desnuda y en la flecha amarilla de todos los rincones, en la ermita vacía y en el contorno de mi propia sombra, en los rayos del sol que traspasa las copas del bosque frondoso y en la luna de siempre en el cielo de siempre cuajado de estrellas.

Que sepas que volveré al Camino a encontrarme contigo, Peregrino del Alma.

Y esta vez llegaremos juntos a nuestra particular Compostela.

(Fotografía: Juan Ramón Llavorí.- http://juanramonllavori.blogspot.com.es/2012/11/hola-que-tal.html)

Siempre hacia delante

Resuelven las incógnitas en cada encrucijada. En el suelo, en una piedra, en el tronco de un árbol, sobre un muro, en una señal a pie de carretera, en un mojón de distancias o en otro que no marca la distancia, en el poste de luz, en la verja, en la farola, en el asfalto... Resolviendo incógnitas, marcando caminos, guiando pasos, deshaciendo dudas...

Alivia encontrarlas cuando crees haberte extraviado. Inquieta no verlas después de muchos pasos, síntoma casi inequívoco de haber equivocado la ruta, de andar perdido por caminos que no son el tuyo. Cuando ello ocurre, es preciso retroceder sobre los propios pasos. Hasta que vuelves a encontrar la flecha que no viste y que indica siempre un camino hacia delante.

Cada flecha amarilla es una invitación a seguir adelante. No hay flechas que te hagan parar y dar la vuelta, desandar lo andado, desvivir lo vivido. Cada flecha guía hacia una nueva ruta, hacia un nuevo paisaje, hacia un nuevo territorio aún pendiente de ser transitado. El hombre viejo va quedando en el Camino. Cada flecha marca el rumbo al hombre nuevo.

No están ahí por arte de magia ni por obra divina. Fueron manos peregrinas quienes las pintaron para guiar a otros. Manos que se encargaron de que otros pudiéramos descubrir el camino correcto, la senda precisa. Manos que resolvieron las incógnitas de cada encrucijada.

El Camino interior no tiene flechas amarillas dibujadas. De repente, te descubres perdido o andando sin rumbo o en la encrucijada irresoluble de escoger un sendero sin saber dónde te lleva. Fuera, sí que existen. Las puso alguien para guiar los pasos por un camino de todos.

El propio también precisa de sus flechas. Yo las voy dibujando poco a poco. En el suelo, en una piedra, en el tronco de un árbol, sobre un muro, en una señal a pie de carretera, en un mojón de distancias o en otro que no marca la distancia, en el poste de luz, en la verja, en la farola, en el asfalto... del alma... Resolviendo incógnitas, marcando caminos, guiando pasos, deshaciendo dudas... No para ir donde quiero sino para llegar donde necesito...

Y tal vez, algún día, mis flechas amarillas inviten a otros a seguir hacia delante, a elegir el camino correcto que les lleve a encontrar su propio Camino y a pintar sus propias flechas.

Siempre hacia delante...

(Fotografía: La Compostela-Community.- http://www.lacompostela.com/)

El abrazo

Y en el momento justo del abrazo, desaparecen la efigie y el rito, la tradición peregrina y el acto repetido y consumado que señala un teórico final para el Camino. En el breve instante de un abrazo, el tiempo del alma se eterniza. Y la madera y la plata de la estatua inerte se convierten en carne que palpita entre mis brazos.

La carne de tantos que me abrazan en el justo momento del abrazo. Ahí están, latiendo conmigo, temblando conmigo, sintiendo conmigo. Comenzando otra vez el Camino que prosigue al Camino que termina en un abrazo.

Tienen nombres y apellidos. Y rostros definidos que se funden en el rostro del Apóstol. Por eso, al llegar y al entrar y al mirar desde abajo el rostro de Santiago, les vi a ellos. Ahí estaban. Esperándome. Para el abrazo posible en el hondo misterio de lo imposible.

Arriba, no hay rostro que me mire. El Santo mira al frente, como si quisiera que el abrazo peregrino le pillara de sorpresa. Arriba, es posible abrazar a los demás por las espaldas. Desprevenidamente. En un mundo que a menudo golpea a traición, por las espaldas, de repente uno encuentra un espacio recóndito y pequeño donde poder amar sin previo aviso.

Un abrazo alevoso y profundo que se multiplica por todos los abrazos que quiero dar y recibir en ese instante. El tuyo. Y el tuyo. Y el tuyo. Y el tuyo también. Los vuestros. Los infinitos abrazos de todos los que sois peregrinos en el Camino de mi vida.

En ese instante, desaparecen la efigie y el rito, la tradición peregrina, la costumbre ancestral y transmitida por los años y los libros. Y solo existen almas que se abrazan en mi alma y a mi alma. Y me siento feliz de haber llegado, de haber sido, de ser, de estar.

De vivir.

De querer.

De ser querido.

Desgranando recuerdos

No es fácil desgranar recuerdos a modo de diario de un viaje terminado. Se agolpan, se mezclan, casi diría que luchan por escoger el mejor sitio del alma. No es lo mismo recordar desde el alma que hacerlo desde la mente. En el alma, los recuerdos se sobredimensionan y adquieren otras formas y otros tonos. Se vivifican, se intensifican hasta el estremecimiento. Tal vez algunos de ellos acaben cayendo en el profundo abismo del olvido, exhaustos de luchar por permanecer en la memoria.

Memorias de un peregrino. En realidad, no sé aun bien qué soy. Yo creo que soy un buscador. De mí mismo como parte de una inmensidad llamada mundo. De Dios como un “algo” creador de esa misma inmensidad. El Camino es una continua invitación a esa búsqueda del ser. En él consigo encontrar retazos de un yo-verdadero.

Mi tercer Camino… En realidad, cada año lo que hago es proseguirlo. Da igual el punto donde empiece. Los tres años he llegado a Compostela pero estoy convencido de que también da igual el punto donde acabe. Siempre salgo de casa y vuelvo a casa. El auténtico punto de partida está en el alma. Y allí mismo se encuentra el punto de llegada.

Compostela tan solo es una meta volante que marca un final y un nuevo inicio. Reconforta espiritualmente llegar ante las plantas del Apóstol. Pero el Camino es mucho más que eso. Pienso que cada punto de destino es, en sí mismo, una pequeña Compostela. Algún año, Santiago no será la meta. Y, entonces, el Camino seguirá siendo tan profundamente mágico como lo es ahora...

Un pedazo de mi historia

Antes de guardarla, repaso todos los sellos de mi Camino. Y me vienen a la memoria cada uno de los lugares en que fueron estampados. La credencial vacía anunciaba anhelos, preludiaba ilusiones ya cumplidas. Ahora, completa y multicolor, es el recuerdo material más preciado del peregrino.

En ella están impresos algo más que fechas y lugares de paso. Hay latidos y emociones, palabras y silencios estampados con tinta invisible.

Cada sello guarda, en sí mismo, un pedazo de mi historia...

Compañera de Camino

Compañera de Camino...

Durante cada paso de los miles de pasos que hemos dado, al compás y al descompás de nuestros pasos, tú delante, yo detrás, tú detrás, yo delante, uno junto al otro, codo con codo, palmo a palmo, centímetro a centímetro... "¿Vas bien? Sí, voy bien"... "¿Y tú vas bien? Sí, sí, voy bien"...

Durante cada instante de descanso y de cansancio, durante cada instante de doce días multiplicados por todos sus segundos, uno a uno, compañera de Camino, compañera de una realidad que empezamos a soñar mucho tiempo atrás...

No solo has sido. También has estado. A las duras y a las maduras. Para la risa y para el llanto. Y para saber que hay llantos que precisan un poquito de espacio íntimo, de soledad querida y requerida, llantos que solo es posible llorarlos solos. Otros, sin embargo, precisan del abrazo hondo, profundo, inmenso... Ha sido precioso llorar contigo... Y reír contigo...

Un Camino de dos... Y cada cual, un Camino...

No podíamos entrar en el Obradoiro de otra forma que cogidos de la mano... Como si fuéramos uno... En ese momento, solo podíamos ser uno, compañera... Solo uno... Un abrazo hondo, profundo, inmenso... Unitivo... Y en él, el abrazo de todos aquellos que nos quieren y a quienes queremos...

Ni te puedes imaginar cuánto me has enseñado, cuánto me has ayudado... "¿Vas bien? Sí, sí, voy bien"...

Solo puedo decirte gracias y que te quiero.

Tú ya sabes cuánto y cómo te quiero, compañera de Camino...

Con ojos de niño

Y al llegar, sentir que el Camino nos ha hecho descubrir que es posible contemplarlo todo con ojos de niño...

(Fotografía: Robés.- http://www.robesfotografo.com/Ultreia_camino_de_Santiago.html)

Descontando días

Ya no cuento los días. Los descuento, en una cuenta atrás que acabará en el justo instante en que se inicie la cuenta hacia delante. Las últimas tachaduras en el calendario del alma, día a día, un día menos cada vez. Y un día más alimentando un sueño.

El tercer Camino… En realidad, está mal expresado porque el Camino es uno solo. Mejor, el tercer año de Camino, la tercera vez de un único Camino que se inicia sin un final determinado.

No vuelvo al Camino. Lo reanudo. Lo prosigo. Desde el mismo punto de partida de todas las veces anteriores: yo mismo. Porque es en mí donde empieza y donde acaba cada vez. Para continuarlo desde mí y hasta mí.

Ya no cuento los días. Los descuento. Tachando cifras en el calendario del alma que se quedó sin hojas que arrancar. En esta última, está marcado con un círculo rojo el día en que se inicia una cuenta hacia delante que acabará ante las plantas del Apóstol.

Nueve etapas más por el camino de la vida. Solo faltan nueve para volver a inundar el alma de la vida del Camino.

(Fotografía: Ramón Nómada.- https://www.facebook.com/ramon.nomada/photos_albums)

Lo esencial

"Lo esencial es invisible a los ojos" (Antoine de Saint-Exupéry.- "El Principito")

Más allá del hermoso paisaje, del bosque encantado y que encanta, de la estrecha y sombría corredoira, de todo lo que puede verse y admirarse, está lo esencial. Que es invisible a los ojos. O que solo puede contemplarse -y entenderse- desde las profundas miradas del alma.

Por eso, el Camino no hay que andarlo sino sentirlo.

Andarlo, tan solo nos hace caminantes, senderistas, amantes de las rutas y de los espacios naturales. O simples mochileros que tratan de escapar de la rutina, tal vez aventureros de ida y vuelta, tal vez descubridores de una forma ideal de pasar las vacaciones.

Sentirlo, en cambio, nos hace peregrinos. Porque solo al sentirlo somos capaces de descubrir lo esencial: que no es el peregrino quien hace al Camino sino que es el Camino quien hace al peregrino, en el justo momento en que se adueña de él y se le incrusta en la sangre y en los huesos. Enamorándolo.

Y un alma enamorada no mira lo que todos miran. Ni ve lo que todos ven.

Un alma enamorada es capaz de ver todo aquello que es invisible a los ojos.

Algunos le llaman Dios...

Lo de menos es el nombre...

Mi sombra en el Camino

Se alargan las sombras en los amaneceres del Camino. Sobre la tierra se dibuja la figura del peregrino que se eleva sobre ella. Le precede y alcanza primero los espacios del sendero que después pisarán sus pies.

La sombra va delante, siempre inalcanzable, bocetando la silueta de otro-yo que soy yo mismo. Se convierte en guía para los pasos certeros y para los equivocados. Punta de flecha que no se pinta y que solo marca el camino a quien la sombra pertenece.

La sombra sobre el Camino. En el Camino. Fundida con el Camino. Formando parte de él. El Camino es asfalto, arena, piedra, fango... Y sombra.

Se alarga mi sombra en los amaneceres del Camino.

Y en mi sombra, el Camino y yo nos hacemos uno. Inseparables. Indisolubles.

Solo un punto y seguido

Yo concebí el Camino como una acción de gracias. Cuando llegó el momento oportuno para hacerlo, acababa de culminar un viaje por la vida -uno de tantos- de más de diez años y sentía la necesidad de dar gracias por ello. Gracias a Dios, claro. O a mi concepción de Dios, un tanto difusa después de muchas dudas y ciertos momentos de densa oscuridad. No trataba de cumplir promesa alguna ni un compromiso adquirido siquiera conmigo mismo. Hacer el Camino se me antojaba como una oportunidad de llegar a una meta verdadera, tras el largo camino que emprendiera once años antes. Una meta. Un destino. Un punto y aparte.

Caminar en acción de gracias. Solo. Para encontrarme y encontrarle. Despojado de cargos y de cargas, de apariencias que tantas veces me hicieron ser lo que no soy. En el Camino podía ser, simplemente, quien soy, sin más carga que la de un poco de ropa y unas zapatillas de deporte metidas en la mochila, un poncho para el agua y una cantimplora para la sed. Simplemente quien soy. Sin más cargo que el de ser un simple peregrino, desconocido para todos, anónimo caminante mientras que nadie preguntara por mi nombre. Anónimo caminante. Alejado de juicios y prejuicios. Uno más. Y cuando nadie más hubiera en cualquiera de mis puntos cardinales, uno menos.

En el Camino descubrí un yo desconocido, incluso para mí. Me lo encontré de pronto, andando conmigo. También descubrí que Dios, en realidad, no estaba fuera, pero a veces salía y se escapaba de mi alma, sin irse del todo. Y descubrí que, a veces, era capaz de mirar el mundo con los propios ojos de Dios. Y fui capaz de descubrirle en un mundo contemplado con sus ojos.

Con sus ojos contemplé el mar de nubes en el amanecer de O Cebreiro. Y allí descubrí que no iba a Compostela a dar las gracias. Que Compostela no iba a ser una meta sino un comienzo. Que mi acción de gracias no iba a ser cuestión de unos días, de unas pocas etapas, de un Camino empezado y terminado, de un destino al que llegas y queda ya cumplido para siempre. Que Compostela nunca podría ser un punto y aparte. Solo un punto y seguido.

Solo el punto y seguido que precede al inicio sin fin de un nuevo inicio.

Llantos incomprensibles

Hay llantos incomprensibles. Como aquel primero, camino de Pieros, en plena carretera nacional. Nada destacable en el monótono paisaje. Ningún síntoma físico ni mental de dolor o de cansancio. Andando a buen ritmo, marcando incluso el paso con alguna melodía apenas susurrada. No soy capaz de recordar -ni de entender- qué provocó aquel llanto, qué produjo aquella sorpresiva emoción en aquella "nada" de asfalto y de campiñas. Había iniciado la etapa -y el Camino-, quince kilómetros atrás, templando pulsos disparados, centrado en no perderme en ese templario laberinto que es la salida de Ponferrada. Me había embriagado de las viñas jalonando el sendero que conduce a Cacabelos, detenido en la contemplación del río Cúa y el santuario de la Quinta Angustia, buscando el contrapunto de hermosura preciso antes de proseguir hacia el polígono industrial y la definitiva salida por una nacional que anunciaba pendientes de subida. Y fue justo en esa ascensión de asfalto, en esa soledad de campo y carretera, cuando me eché a llorar, sin motivo aparente.

Y es que, tal vez, los motivos sobraran. O tal vez sucediera, simplemente, que afloraron las contenidas emociones de las horas previas, de los días previos, de todos los latidos que acallé y de todos los pasos que soñé sin darlos y que ahora daba sin soñarlos. O tal vez sea que el Camino te hace llorar como una forma inmejorable de limpiar el alma. Sin previo aviso, te deja al descubierto las íntimas negruras, los posos de suciedad que fue dejando el tiempo en las rendijas del alma. Sin previo aviso, el llanto purifica, arranca la costra del polvo acumulado en algún pliegue. O en todos los pliegues que la vida fue dejando en un alma donde crecieron las arrugas.

En realidad, no existen los llantos incomprensibles. Lo que ocurre es que hay llantos que no precisan comprensión. Hay llantos que tan solo precisan ser llorados. Sin más respuestas. Sin más preguntas. Como aquel llanto en aquella "nada" de mi interior, subiendo la carretera hacia Pieros...

El primer paso

El primer paso del primer día de la primera vez...

Todo se inicia con un paso que te pone en movimiento. Hasta el último del último día de la primera vez, serán miles. Decenas de miles. Centenares de miles. Pasos que te acercan al punto de destino y que te alejan del punto de salida. El Camino es una inmensa sucesión de pasos. Pasos firmes, cuando todo se inicia. Pasos cansados, cuando la distancia merma las fuerzas y nubla los sentidos. Pasos de huellas arrastradas para el siguiente paso, cuando el dolor nos vuelve frágiles e inseguros. Pasos ligeros al despuntar el día. Pasos cortos sobre la tierra pedregosa que te eleva a lo más alto. Pasos torcidos en el abrupto descenso hacia la tierra.

Mi primer paso fue un paso sin huella visible. No quedan huellas visibles sobre el asfalto de la ciudad. Pero el primer paso deja una huella imborrable en el alma. Mi corazón va más deprisa que mis pies. No es capaz de marcar el paso de mis pasos. Se desboca por la calle del Reloj, buscando la plaza de la Virgen de la Encina. Conozco el camino a seguir. Lo anduve el día anterior, paseando por la ciudad, adelantándome a los primeros pasos del día siguiente. Pero el prólogo del primer paso son pasos sin historia. Porque la historia comienza con el primer paso.

Ahí está la concha y la flecha, la dirección exacta, la bajada por el Rañadero. Me adelantan dos peregrinos. Me quedo pensando si es que yo voy muy despacio o ellos muy deprisa. No han saludado. Volveré a encontrarlos en todas las etapas siguientes. No saludaron nunca. No hay un Camino igual a otro, igual al de otro. Cada Camino es personal, exclusivo, único. Intransferible. Por el puente ya van muy distanciados de mí. Son ellos los que van muy deprisa. Mis pasos son, simplemente, los exactos, los que mi Camino precisa. Ni más rápido ni más lento. Ellos no hacen mi Camino. Hacen el suyo. Por eso van tan rápido.

La larga avenida, la interminable salida de la ciudad. Paso a paso. Conseguí, por fin, que el corazón se acompasara con mis pies. Ahora caminan los tres al unísono. Mi cabeza, no. Mi cabeza anda por otros lugares, por otros entornos. Pero no sé por cuáles. No tengo la mente en blanco. La tengo repleta de pensamientos indefinibles. Caóticos. Tan solo hay un espacio de mi mente dedicado a reconocer la ruta. Las pimenteras. Los donantes de sangre. Avenida de la Libertad. Libertad. Libertad. De repente, siento en mi mente el enorme vacío de los pensamientos evaporados, diluidos en el aire. Libertad. Soy libre. Libre como antes jamás me había sentido.

Me ajusto bien la mochila en la cintura y sobre los hombros. Y acelero el paso hacia Compostilla...

(Fotografía: Anuska C.- http://www.flickr.com/photos/69864075@N03/sets/72157631706895254/)

Soñando el Camino

Recuerdos difusos de un Camino tan solo soñado. Veinte años atrás, tal vez alguno más. Veinte años diciéndome "algún día, algún día", con la esperanza mantenida por quien se sabe llamado. Llamado. ¿Qué me impulsó a ponerme en marcha? ¿Y qué me impidió, hasta entonces, ponerme en marcha?

Diez años atrás. Roncesvalles. Agosto. Una marabunta de peregrinos en los alrededores de la Colegiata. Allí se inicia. O allí lo inician muchos. El inicio. "Algún día, algún día". Ese, solo puedo ser lo que soy: un turista más visitando Roncesvalles. Me late fuerte el corazón. Contemplo, absorto, a los que llegan, a los que se van, a los que entran y salen del "Centro de Atención al Peregrino".

Vuelta a Pamplona en el coche, por la misma carretera que otros transitan andando, en la misma dirección. 790 kilómetros a Santiago de Compostela. La Cruz de los Peregrinos a la izquierda. Una señal indica que el Camino continúa a la derecha. Mi camino de ese día sigue al frente. Se intuye que el Camino de los peregrinos se adentrará en un bosque. "Algún día, algún día". Los peregrinos. ¿Cuándo se convierte uno en peregrino? ¿Puedes serlo, incluso, sin haberte puesto en marcha?

Señales en las carreteras de Navarra, de León, de Asturias, de Aragón, del País Vasco. Camino de Santiago. El símbolo de la concha peregrina. Siempre algunos peregrinos caminando por las secundarias del norte, en cada uno de mis descansos veraniegos allí pasados. La silueta de un peregrino dibujada. Bajo él, una flecha amarilla apuntando a la derecha. Mi camino era el Camino hasta que dejaba de serlo. Ahora el Camino sí es ya mi camino por completo.

Tras el cristal de la ventana de un autobús descubro y contemplo la primera flecha amarilla. Astorga. Las ocho y media de la mañana de un cinco de septiembre. En poco más de una hora, desciendo de ese mismo autobús. Estación de Ponferrada. Comienzo a andar con una mochila colgada a la espalda. Cruzando el puente sobre el río Sil, un anciano me mira fijamente y levantando su mano derecha en señal de saludo, me dice: "Buen Camino, peregrino".

Era el día. Había llegado el día.

Pero el Camino yo ya lo soñaba desde antes. Desde mucho tiempo antes...

El sonido de mis pasos

Me gusta escuchar el sonido de mis pasos cuando voy en pos de mis sueños...

La auténtica magia del Camino

En realidad, la magia está dentro de nosotros. Lo que logra el Camino es que aflore al exterior. Tal vez esa sea la auténtica magia del Camino: que deja al descubierto nuestra magia. Al desnudo. A la intemperie.

Creemos que descubrimos la magia en el paisaje que nos abruma y nos envuelve, en el bosque profundo, en la inmensidad inabarcable de un amanecer, en la propia soledad de andar solos y de estarlo verdaderamente. Y es cierto que existe ese halo invisible, ese hilo conductor que nos une el alma a la tierra, indisolublemente.

Pero la magia que no esperamos descubrir es la de la sonrisa haciendo frente al cansancio propio y ajeno, la de la mano tendida cuando las piernas flojean, la del deseo inacabable de que el Camino nos sea realmente bueno.

Y esa magia nos atrapa para siempre.

El Camino nos vuelve mágicos. O nos hace descubrir que lo somos.

No es posible sentir la plenitud de ser peregrino si no se cree en la magia...

(Fotografía: Carlos Solano Oropesa.- http://caminodesantiago.consumer.es/fotografias/2012/03/27/133666.php)

El alma ya no sabe ser distinta

Dos veces llegué a Santiago. Tras doscientos diez kilómetros, la primera vez. Tras ciento veinte, la segunda. Lo de menos fueron los kilómetros andados porque, al llegar, sientes que es justo ahí donde empieza el Camino. Al llegar. El número de kilómetros tan solo es una cifra dependiente de un tiempo que dispones para detener el tiempo. Cuando acaba ese tiempo disponible, el tiempo detenido inexorablemente continúa su andadura de rutinas cotidianas. Pero allí, en ese kilómetro cero del Obradoiro, es cuando todo empieza sin final posible.

Allí comienza el sueño de volver a elegir el punto de salida, inconsciente de que lo están marcando, en ese justo instante, tus pies ardientes y la mirada perdida en ese horizonte infinito de la piedra catedralicia. El primer paso del nuevo Camino te acerca a Dios. Uno más. Y otro más. La escalera que asciende hasta el mismo pórtico de una gloria sentida en lo más profundo del alma. Y otro más. Y otro más. Más allá y más arriba, está Santiago. Ultreia et Suseia, Santiago.

Pasos que suben reclamando un abrazo. Y que bajan reclamando la oración arrodillada ante un sepulcro. Y sigue el Camino, paso a paso, al cotidiano instante en que queda guardada la mochila y uno vuelve a la camisa y los zapatos de vestir, al hogar, al trabajo, al día a día, al trayecto sin sonrisas y sin nadie que te desee "Buen Camino, peregrino".

Pero el alma ya no sabe ser distinta. Es decir, que una vez que el alma se supo distinta, ya no sabe volver a ser como siempre.

(Fotografía: Miguel Cabezas.- http://galeria.blipoint.es/miguelcabezasfotografias/arquitectura-architecture_4464/)

Inventario de recuerdos propios y ajenos

Inventario mis propios recuerdos y ahondo en los recuerdos de otros, escritos y fotografiados, compartidos a través de diarios virtuales y páginas repletas de huellas invisibles sobre el mismo Camino. Contemplo con asombro que, en cada etapa, me quedaron cientos de cosas pendientes de ver y visitar, rincones ocultos que otros descubrieron, lugares transitados con la cabeza baja, con la vista en el suelo para no pisar en falso, para no elevar la intensidad del dolor en las plantas de los pies. Flechas que no seguí pero que ahí estaban, dibujadas sobre una piedra, sobre un árbol, sobre un muro que me pasaron desapercibidos.

Descubro en otros estampas de mi Camino que no logré disfrutar, enfoques distintos de un mismo paisaje, sitios por los que anduve que no consigo recordar, tal vez porque el Camino te brinda momentos inexcusables para el encuentro con uno mismo, para la soledad del yo que mira hacia adelante pero no hacia los lados.

Repetir no es posible, aunque volviera a andar los mismos kilómetros, a transitar las mismas aldeas, a pernoctar en los mismos lugares. Son cientos, miles, tal vez millones de detalles que me han pasado inadvertido y que descubro, con asombro, en el inventario de recuerdos de otros.

Algún día formarán también parte de mis propios inventarios.

Volver

Como un objetivo, como un sueño repetido, como un anhelo alimentado desde el primer paso hasta el último que, en realidad, tan solo fue la antesala de otro primer paso: aquel con el que daba inicio el camino después del Camino.

Volver... Que no es volver a empezar porque no hay marcha atrás posible y el Camino vuelve a quedar ahí, delante, para ser andado por vez primera. Es volver a despojarme del yo-cotidiano, desvestirme del día a día, de la ciudad y de sus gentes, de la rutina dibujada entre las nubes. Volver a llenar la mochila de sueños y de ilusiones, de plegarias y de deseos, de peticiones propias y ajenas, de besos, de abrazos, de intenciones, de pequeños y grandes secretos, de miradas, de mensajes, de silencios, de palabras... De fe... Y que nada pese salvo la ropa y los zapatos...

Volver para dejar mis huellas sobre otras huellas... Mis huellas sobre mis huellas...

(Fotografía: http://siguelashuellas.wordpress.com/2013/02/09/la-mochila-torcida-7o/)