Muchas veces no llegas a saber sus nombres. Peregrinos que te ceden su linterna, un peine, la fresca cantimplora… los tomas de la mano para cruzar un riachuelo, te fotografían sin querer, compartes una broma, un “¡cuidado!”, un ronquido retador, un gesto unísono… Partes del albergue cada madrugada sin saber si te despides de ellos para siempre. Por eso, esta ambigua, extraña, nostálgica ternura en el partir de cada día.
EMILIO PEDRO GÓMEZ
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