Pensamientos, reflexiones, experiencias, historias y vivencias acerca del Camino de Santiago

La mejor manera de crear silencio

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(Fotografía.- https://www.instagram.com/p/CCjofpmBJmr/)

"Se abrazaron, la mejor manera del mundo de crear silencio" (David Foenkinos)

Todo mi Camino se volvió Mar

Y en este justo instante, Todo mi Camino se volvió Mar...

Apareció de repente, con toda la rabiosa rebeldía del Atlántico. El mismo Océano que abraza a la trimilenaria ciudad de mis sueños, en la otra vertiente, en su otra orilla, en el otro lugar donde la tierra se acaba: el fin de la tierra. Finisterre. Fisterra.

Así fue mi primer Encuentro con el Mar. Tan gris como el cielo, ambos fundidos, hasta hacer imposible saber dónde acababa uno y empezaba el otro. Tan estrechamente enlazados que parecía que el propio Mar levitaba hasta alcanzar una altura imposible.

Lola me preguntó: "¿Como huele? ¿Es distinto a nuestro mar?". Y yo le respondí: "Es el otro lado de nuestro mismo Atlántico". No le dije que olía a Libertad. No le dije que su "otro lado", el que yo estaba viendo, era bravío, luchador, varonil. Que en el "nuestro", sin embargo, era dulce, sutil, sensual, femenino. No le dije que en nuestro lado, este Mar, guerrero y valiente, se convierte en La Mar y tiene aroma de Mujer. De Mujer Libre.

(Fisterra. Camino a Fisterra y Muxía. 28/2/2017)

Aún queda Camino

Lluvia y viento, compañeros de soledades peregrinas. Pasos que no suenan sobre asfalto. Cielo plomizo. Cuerpo cansado. Alma despierta. Mirada baja para evitar que las lentes se empañen. Pensamientos grises como el día recién amanecido. Siempre por delante marchan los dos peregrinos con los que compartí cena y albergue. No me apetece compartir Camino, sin embargo. Un refresco en Olveiroa y ralentizo mis pasos para irme alejando nuevamente. En Logoso, ellos continúan. Yo me quedo, alimentando la esperanza de encontrar cama. Y la encuentro. También mesa y mantel. Y la amabilidad de una mujer desvivida con el peregrino. Las cosas del Camino. La gente del Camino.

Protesta el cuerpo que aún no se acostumbró al esfuerzo. Protesta la razón, siempre rebelde. El alma calla, sabedora de que siempre acabarán triunfando sus latidos.

Tres días para ser Mar junto al Mar. Aún queda Camino...

(En O Logoso. Camino a Fisterra y Muxía. 27/2/2017)

Todo en medio de nada


Lluvia fina, persistente, suave. Parece que no moja pero empapa el Alma. Bruma, cielo gris que atrapa la tierra, la besa, la posee. Mil tonos de verdes en prados y bosques. Arena y asfalto. Subidas y bajadas. Corazón desbocado. Camino que serpea, caprichosamente, a izquierda y derecha, monte arriba, monte abajo. Dos cruceiros, dos ermitas, dos hórreos. Y el punto y aparte en Santa Mariña. Albergue e iglesia. Todo en medio de nada.

Dejó de llover por la tarde. Todo al revés. Erróneos augurios. Cierro los ojos y me dejo abrigar por el calor de la leña ardiendo en la chimenea...

(Santa Mariña de Maroñas. Camino a Fisterra y Muxía. 26/2/2017)

Compostela me llevó hasta el Camino

Así me topé con el regalo de esa Compostela que creí definitivamente arrebatada por el amanecer y que volvía a aparecer ante mis ojos como nunca antes la había visto, casi en tinieblas porque el propio sol cegaba mi mirada. Una Compostela de la que me alejaba en vez de acercarme y que me decía adiós a cuatro voces, una por cada torre de su Catedral. En ese momento, la Sentí como Madre que dice adiós desde el balcón y le pide a su niño que no tarde en volver, bendiciendo, en su sonrisa, el que el niño se vaya de paseo con su novia. Sentí que Compostela me Entregaba al Camino, como si diera el visto bueno a aquella relación que la relegaba a otro plano del Amor, sin perder el suyo. Tanto que el Camino me había llevado hasta Compostela, aquel día Compostela me llevaba hasta el Camino. A pesar de recorrer sus calles esa misma mañana, a pesar de haberme detenido en el Obradoiro, a pesar de haberle hecho una foto a mis botas sobre la placa en el suelo que reconoce al Camino de Santiago como Itinerario Cultural Europeo, a pesar de haberme topado en el carballal de San Lorenzo con el primer mojón que indicaba que quedaban 88,139 km. a Fisterra y 86,337 Km. a Muxía, por aquello de la bifurcación de caminos en la aldea de Hospital, hasta que no vi a Compostela cegado por el sol, diciéndome adiós, diciéndole adiós, no entendí que era justo allí donde el Camino y yo nos cogíamos por vez primera de la mano, como dos locos enamorados. Y justo allí, el Camino empezó a hacer conmigo lo que quiso. Se desnudó, me desnudó, me dejó sin aliento, me llevó hasta el Mar, me alejó de él...

(Sarela da Baixo. Camino a Fisterra y Muxía. 25/2/2017)

Amo el Camino

Yo Amo el Camino. Lo Amo. Me sobrecoge, me hipnotiza, me estremece, me emociona, me machaca, me tortura, me desnuda, me besa, me posee, me deja sin palabras, me arranca lágrimas de lo más profundo de mis adentros, juega conmigo, me lleva al límite, tan al límite que, a veces, he tenido la sensación de que me deja en las fronteras mismas de odiarlo y es, entonces, cuando más siento que lo Amo. Odiarlo, no porque sí, sino porque, a veces, me hace plantearme si el Camino, realmente, me está regalando Libertad o me la está condicionando, si solo a través de Él puedo Sentirme realmente Libre, si solo a través de Él puedo Sentirme realmente Yo. Si solo en el Camino es posible la Plenitud de mi Ser. Pero en ese límite, en esas fronteras, he Sentido muchas veces que, en realidad, el Camino no existe sin mí, no es posible sin mí, me pertenece como yo le pertenezco. Que el Camino no es lo que aparece en las guías, claro que no. Que el Camino es, sobre todo, el Encuentro con mi propia Armonía. Y, entonces, Siento que lo Amo más que nunca.

Así que, a cada paso que doy, estoy Amando. Estoy Amando al Camino en sí mismo, estoy Amando mi Armonía con el Todo. Cielo, tierra, aire, río, árbol, piedra, sol, luna, nubes, lluvia,... Huellas de Dios, el Todo Amor. Cada dimensión del Camino es una dimensión del Amor. "Siempre que la belleza mira, el amor está allí", escribió Rumi. Yo, en el Camino, me siento mirado por la Belleza. No solo es que yo la contemple y admire, es que me siento mirado por Ella.

Y, cuando me mira, allí está el Amor. Amándome.

La auténtica meta




Se llega a Compostela.
Se llega al Obradoiro.
Se llega a la Gloria del Apóstol, sí.

Pero la auténtica meta
está en llegar al fondo de uno mismo.

Llueve en Santiago.
A mares.

Dios está profundamente desnudo
en el mismo centro de mi Alma...

Camino bajo la lluvia

Siempre que llueve, se me viene a la mente un precioso poema de Juan L. Ortiz, que comienza así:

"Dios se desnuda en la lluvia
como una caricia
innumerable."

Y que tiene versos tan estremecedores como estos:

"La tierra
como una hembra
se disuelve en los dedos penetrantes
con una palidez de mil ojos desmayados.

Camino bajo la lluvia, todo mojado, cantando,
hacia mirajes que huyen en un rumoroso sueño."

Hoy Dios se ha desnudado del todo. Y yo he caminado bajo la lluvia, mojado, empapado, calado de arriba a abajo, pero sintiendo su caricia innumerable.

(Santa Mariña de Carracedo. Camino Portugués. 14/2/2018)

Una parte del Camino

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(Fotografía.- Federica Miceli)

“Soy una parte de todo aquello que he encontrado en mi camino” (Alfred Tennyson)

Burgos

La visión de las torres de la Catedral de Burgos, de esas portentosas agujas que se incrustaban en un cielo que se encapotaba más y más a cada segundo, me trasladó, irremediablemente, a Compostela. A esa primera visión de las torres de la Catedral cuando entras en el casco antiguo de Santiago. No era, ni mucho menos, la misma sensación. Pero tenía ese algo de impactante, de sobrecogedor, de mágico. Y de estimulante para elevar el ánimo y olvidar el cansancio.

Porque pocas veces me he sentido tan cansado en el Camino como cuando entré en Burgos. Seguramente también lo estaba anímicamente. En aquellas largas avenidas y aceras de Gamonal me sentí un ser extraño, con las botas llenas de barro y una mochila absurdamente cargada en la espalda. La visión de las torres me hizo experimentar ese "subidón" de la cercanía. De repente, todo el cansancio, físico y anímico, desapareció y "volé" por las calles del centro hasta llegar a la plaza. No había nadie esperándome. Pero sentí intensamente, muy intensamente, la presencia de todos los que caminan conmigo.

Habíamos llegado. Miré la Catedral, apenas cinco segundos, e inmediatamente me dirigí al banco del peregrino de bronce. Había un grupo de chicos en él haciéndose fotos y, cuando se levantaron, le pedí a la chica que se las hacía si le importaba hacerme una a mí. Me sonrió mientras cogía mi móvil. E hizo esta foto preciosa. Una de las fotos más preciosas de todos mis momentos en el Camino...

(Burgos. Camino Francés. 13/2/2016)

Cosas que quiero que el viento me borre


En su "Primavera con una esquina rota", Benedetti escribió:

"No sé por qué, pero cuando camino contra el viento parece que me borra cosas. Quiero decir, cosas que quiero borrar".

Y ahí voy, dejando que el viento me borre cosas que quiero borrar...

Borro la estupidez
de mis estúpidos momentos,
la ira de mis noches
sin estrellas,
la soledad pretendida
como amante,
la inútil añoranza de lo inútil.

Borro la inmensidad
de mis tristezas,
el estruendo brutal
de mis ruidos,
el oscuro arrebato
sin destino
y los pasos que me alejan
del próximo horizonte.

Borro el ser
que no quiero ser.

Y borro de un plumazo
todo aquello que no soy.

(Nájera, 9/2/2016)

Elegir el camino del corazón


7 de febrero de hace cinco eternidades.

Etapa: Los Arcos-Viana. Camino Francés.

Escrito en algún rincón de mis recuerdos peregrinos...


Antes de llegar a Viana hay que descender al barranco de Mataburros. Impresiona el nombre, ¿verdad? Todo lo que sabía, por haberlo leído la tarde antes, es que era un camino escabroso, pedregoso, en el que era bastante sencillo tropezar, resbalar, caer en definitiva. Es curioso como la simple lectura de algo así puede crear fantasmas pasajeros. O no tan pasajeros. El dichoso barranco se me atravesó en la mente, tal vez condicionado por la etapa que acababa de terminar, tan fatigosa que a punto estuve de no completar. Nunca aprenderé que el Camino en invierno no es como en verano, que apenas hay sitios donde parar y que veintitantos kilómetros con una sola parada de diez minutos en un banco de un pueblo para tomarte una barrita de cereales con un poco de agua, no es descanso suficiente. Anhelas llegar a un determinado pueblo a mitad de camino, el único pueblo con perspectiva de que haya algún sitio donde tomar café tranquilamente sentado y a cubierto, y te topas con lo de siempre: todo cerrado. A pesar de que un cartel de un bar anuncie machaconamente que está abierto "todo el año" desde las 6 de la mañana. Pues ese día debieron tomárselo de asuntos propios. Cerrado a cal y canto. Es como una broma macabra. Al final, el banco, la barrita, el buche de agua... y a seguir.

Había afrontado la etapa con buen ánimo. Un rompepiernas. Subidas y bajadas, subidas y bajadas. Subida acentuada. Y, claro, después, a bajar todo lo subido. Y mi cabeza empeñada en obsesionarse. Tanto que hasta me detuve a mirar los apuntes que llevaba para ver si continuando por la carretera evitaba el puto barranco de Mataburros. De MataAlma. Y, ciertamente, era una opción.

Es curioso. En ese momento, estaba justo en una encrucijada. Literalmente. Un cruce de camino y carretera. El camino me llevaba al barranco. La carretera, a un rodeo que lo evitaba. Providencialmente, había allí una piedra lo suficientemente ancha como para poder sentarme en ella. Me quité la mochila y me senté. De espalda al camino. No porque lo eligiera así. Detrás de la piedra corría una especie de canaleta con agua, así que no había posibilidad de sentarse de otra forma que de espalda al camino, de cara a la carretera, en esa encrucijada real. Entonces, la cabeza -aunque yo creo que fue el Alma- se me llenó de aquel pensamiento del Popol Vuh: "Cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quien elige el camino del corazón, no se equivoca nunca".

Me levanté, me puse la mochila, me giré sobre mí mismo y continué por el Camino. El barranco de Mataburros resultó ser un estrecho sendero pedregoso y escarpado, escabroso sí, pero que era cuestión de descenderlo como todas las cuestas empinadas: despacio, muy despacio. Lucía un sol esplendoroso, el sendero estaba completamente seco y el paisaje era espectacular, conformado por olivos y cepas de vid que apenas eran retoños recién nacidos de la tierra. Cuando me di cuenta, estaba abajo del todo.

Casi que me echo a reír pensando en lo ridículos que somos a veces cuando la cabeza toma el mando sin control para crearnos fantasmas que no existen. Igual en el pasado los burros se mataban en aquella pendiente por correr demasiado. Recuerdo que antes de llegar a Hornillos del Camino, en la primera etapa desde Burgos, hay una cuesta que le llaman de Matamulos. Ninguna de las dos son para matarse, si se toman las debidas precauciones. Tal vez con el piso embarrado sean cuestas dificultosas. Pero recuerdo algunas muchísimos peores...

"Cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quien elige el camino del corazón, no se equivoca nunca".

Lección aprendida.

También para el Camino de la Vida...

La gente del Camino

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(Fotografía.- Elia A. Brito)

Camina sin prisas. Contempla sin prisas. Detente a conversar. El Camino también es su gente, su buena gente, que "no conocen la prisa ni aún en los días de fiesta". "Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan", como aquellas del poema machadiano. E invitan a soñar y a vivir cuando pasas. Después, al despedirte, te dirán: "Buen Camino". Que suena a bendición porque tal vez lo sea. Si les miras a los ojos, encontrarás en ellos lo sagrado. "Buen Camino, peregrino": la bendición más hermosa de quienes son parte esencial e inseparable del Camino.

El sentido del Camino

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(Fotografía.- Encarna Cao)

"Para que el Camino de Santiago tenga sentido, tiene que convertirse en tu propio camino" (Agustín de la Torre)