Pensamientos, reflexiones, experiencias, historias y vivencias acerca del Camino de Santiago

La gente del Camino

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(Fotografía.- Pascual Marín Marina)




Camina sin prisas. Contempla sin prisas. Detente a conversar. El Camino también es su gente, su buena gente, que "no conocen la prisa ni aún en los días de fiesta". "Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan", como aquellas del poema machadiano. E invitan a soñar y a vivir cuando pasas. Después, al despedirte, te dirán: "Buen Camino". Que suena a bendición porque tal vez lo sea. Si les miras a los ojos, encontrarás en ellos lo sagrado. "Buen Camino, peregrino": la bendición más hermosa de quienes son parte esencial e inseparable del Camino.

Hontanas

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(Fotografía.- Alessio Tomasella)



Oyes, entre el ulular del viento, tenues tañidos de campanas. En lontananza, sin embargo, solo divisas el mismo horizonte que se aleja. Un espejismo, tal vez, un sonido imaginario producido por el viento. Crepita la tierra enfangada bajo los pies. Viento y fango, meseta que es desierto y soledad, mañana gris de domingo. Y, de repente, el Camino desciende y allí, en la hondonada, aparece Hontanas, como un oasis, como un misterio, como una ensoñación de ojos abiertos. Suenan campanas en la torre de la Iglesia, tañendo tristes, reconfortantes sin embargo. Las siente el peregrino como una bienvenida. El viento calma mientras cruza una calle que es Camino, mientras anda un Camino hecho calle.

Así te volviste peregrino

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(Fotografía.- https://www.instagram.com/p/CLpAIILBpUI/)
Dejaste allí tus huellas. Y aunque las borrara el viento y otras huellas de otros caminantes, allí quedaron, volviéndose tierra en la tierra del Camino. Allí quedó tu abrazo al árbol centenario, como un surco invisible e imborrable en el tronco verdecido por el musgo. Allí quedó tu aliento fundiéndose en la niebla como si se besaran dos amantes. Y allí quedó tu piedra, sobre otras piedras, en el humilladero de una cruz desnuda. Y el roce de tus dedos dibujando en el cielo un horizonte.

Lo quieras o no, regresaste al hogar dejando en el Camino pedazos de tu alma. Y te trajiste en la mochila pedazos del alma del Camino. Así te volviste peregrino: desalmándote a pedazos, bendito loco enamorado que sueñas cada día con volver a los brazos de tu amante.

Los almaneceres del Camino

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(Fotografía.- Miguel Zaballa)
Despiertas, para seguir soñando con ojos abiertos. Protesta el cuerpo aún cansado, en ese quejido unánime de huesos que crujen y músculos que se tensan. Revisas las ampollas. También las del alma, sin hilos que la crucen, a veces descarnadas y profundamente dolorosas.

Todo otra vez en la mochila, todo contigo, nada queda atrás. Si algo se olvida, es preciso que quede olvidado para que otro lo encuentre. Si algo precisas, ya te lo dará el Camino.

En el último sorbo de café, piensas que el Camino de allí afuera en realidad comienza en tus adentros. Que no serán tus pies los que caminen sino el alma desnuda y descalzada. ¿Cómo será la etapa de hoy? ¿Adónde me llevará? Revisas, por última vez, el mapa dibujado. Lo doblas y lo guardas en el bolsillo, seguro de que no volverás a utilizarlo. Bastará con seguir las flechas. Y, cuando no haya flechas, el sol será tu guía y compañero.

Amanece, como un milagro repetido y regalado al peregrino. Los amaneceres del Camino son tan del alma, que debieran llamarse almaneceres.

Paso a paso, vas dejando atrás el horizonte de ayer y vas acercándote al de hoy.

Callas. O rezas. O cantas. O lloras.

El sol camina contigo.

Un ser extraño

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(Fotografía.- Manuele Damiani)




El peregrino pudiera parecer un ser extraño, alguien de un mundo distinto, distante del mundo que contempla, del que viene y al que ha de volver, cuando todo acabe. Pero, cuando se puso en marcha, cuando se calzó las botas y se despojó de todo aquello que no cupiese en la mochila, dejó de ser del mundo cotidiano, monótono y gris del que forma parte y que ahora contempla con nuevos ojos y transita con pisadas que le acercan a otro horizonte, otro territorio, otra manera de entender la vida.