Pensamientos, reflexiones, experiencias, historias y vivencias acerca del Camino de Santiago

Peregrinar es ir más allá


Peregrinar es ir siempre más allá.
Un paso cada vez
y muchos de ellos con esfuerzo.
Algunas veces con oscuridad,
con necesidad de luz.
En ocasiones bruma y lluvia,
en otras sol y calor.
y cada pequeño tramo nos conduce al siguiente.

TOÑA MONZÓN


(Fotografía: Juan Ramón Llavori Ramotet.- http://juanramonllavori.blogspot.com.es/)

Se hace Camino al andar

Llevaba razón el poeta:

"Caminante,
son tus huellas el camino
y nada más"...

Peregrino, no hay Camino.

Se hace el Camino al andar...

Para mí el bordón solo

Para mí el bordón solo.
A vosotros os dejo
la vara justiciera,
el caduceo,
el báculo y el cetro.
Para mí el bordón solo de romero…
Yo quiero el camino blanco y sin término.

LEÓN FELIPE



(Fotografía: Javier Matellán Pérez.- https://www.flickr.com/photos/javimatellan/12104107303/)

Sin zapatos

Unos decían que era coreano, otros que chino. No acabó de quedarme clara su nacionalidad, aunque el hecho realmente sorprendente era el que llevara más de mil quinientos kilómetros recorridos, andando descalzo. Le vi subir el Alto do Poio, por carretera, bogando con el palo como si fuera un gondolero veneciano. Sus pies desnudos, apenas apoyados en un asfalto ya caliente por el sol, aún tempranero pero dispuesto a enseñar los dientes en aquel septiembre recién estrenado. Se sabía mirado y devolvía a cambio una sonrisa. Incluso una pose para una foto al detenerse. Delgado, moreno de sol y de aventuras, tal vez se llamara Kim en realidad, como decían. O no. Lo de menos era su nombre. Al fin y al cabo, el Camino lo había bautizado como "el chino de los pies descalzos".

Mil quinientos kilómetros. A sumar al centenar y medio que aún le faltaban para llegar a Compostela. ¿En qué momento un hombre decide salir al Camino sin zapatos? ¿Qué le lleva a ello? ¿Cómo soporta el dolor del asfalto agrietado e hirviente, del sendero pedregoso donde las piedras se afilan y se clavan en la piel? ¿Y por qué?

Días después, camino de Portomarín, le vi recostado a la sombra de un árbol, apoyada su espalda contra el tronco. Un libro en sus manos. La sonrisa al pasar, en sus labios y en sus ojos rasgados, como respuesta a un saludo sin palabras. Y, entonces, encontré la respuesta a todas las preguntas.

Era feliz. Estaba recorriendo el camino de su propia felicidad.

Y para andar el camino de la felicidad no le hacía falta llevar zapatos.