(Fotografía.-Javier Yarnoz Sánchez) |
Déjales que venzan, peregrino. Déjate vencer por el
cansancio. Recobra el pulso y el aliento. Descalza tus pies ardientes y déjalos
que palpiten a la intemperie. Escucha los quejidos de tu cuerpo, de tus
músculos tensos por el esfuerzo. Cierra los ojos y déjate envolver por la brisa
y por ese espacio de soledad, tan tuyo, donde te sientes tan roto, tan vencido.
No te apresures en seguir andando. Deja que el alma
llore sus silencios. Si acaso, mira atrás y verás todo el camino recorrido
hasta ese punto, todo el camino en que venciste, paso a paso, tu propio
cansancio y desaliento. Respira hondo. Y verás como todo se armoniza. En tu
cuerpo. En tu alma. Y en tu mente. Espacios sagrados que también te pertenecen.
Toma conciencia de tu Ser. Y de tu Estar. Recuenta
todos los horizontes que ya has conquistado desde que partiste. Venciste.
Siempre venciste. A pesar del cansancio.
El próximo lo tienes al alcance de la vista.
Cálzate. Ya tienes las fuerzas necesarias para acallar las voces, si resurgen.
Merece la pena caminar, aunque te canses, aunque te caigas. Merece la pena
seguir adelante. Con tu cansancio a cuestas, como un peso añadido a tu mochila.
Pero vencido otra vez, como siempre que te pones en pie tras un descanso.
Como siempre que sigues andando, a la conquista del
próximo horizonte.
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