(Fotografía.- Serena Uccella) |
Sobre ella, la concha peregrina, el signo identitario de quien anda caminos buscando un horizonte llamado Compostela.
Se hace nuestra conforme la hacemos, llenándola de todo lo que somos. Y una vez hecha, nos hacemos suyos para siempre. Y así comienza la historia de un amor que se eterniza a cada paso. Nos enlaza los hombros, nos enreda la cintura, en ese abrazo mágico que nos hace uno.
Una historia de amor que nunca acaba. Aunque se llegue a ese horizonte que implica volver al camino de la vida.
Ella quedará otra vez vacía, esperando sueños e ilusiones y el atlas de la vida que cabe plegado en su bolsillo. Llena de todas nuestras nostalgias peregrinas.
Amándonos.
Nuestra.
Siempre.